Por los años cincuenta del siglo I, Saulo de Tarso, mejor conocido en la historia como san Pablo, llega a Corinto, ciudad portuaria griega de gran poder económico y comercial para la época. La comunidad cristiana que deja luego de dos años de estadía, tuvo una primera fase de entusiasmo y crecimiento. Pero al cabo de un tiempo, como suele pasar con los procesos colectivos, comenzó a experimentar desaliento y conflictos internos. Y uno de los primeros síntomas fue la amenaza de división, producto de la discusión sobre cuáles tareas eran más importantes, y cuáles acciones resultaban más valiosas y decisivas que otras. La pelea era sobre quiénes estaban haciendo lo correcto y quiénes no.

Tratando de orientar, Saulo les dirige una carta a finales de la década de los cincuenta, en la que les recuerda algunas de esas cosas que, como muchas de las que después nos resultan obvias, suelen pasar delante de nosotros sin ser vistas: “Las partes del cuerpo son muchas, pero todas son importantes. El ojo no puede decir a la mano: no te necesito. Ni tampoco la cabeza decir a los pies: no los necesito. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo podríamos oler? Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Por muchas que sean las partes del cuerpo, todas forman parte de él y todas hacen falta”.

En Venezuela, la inmensa masa humana que se opone a la dictadura lo hace desde varios sectores y agrupaciones, a veces tan disímiles y distintos como la propia naturaleza heterogénea y diversa de los venezolanos. Ninguna de estas organizaciones ni tampoco sus modalidades de acción puede decirle a la otra que es inferior, que no es importante ni mucho menos que sobra.

Es psicológicamente normal y previsible que los ejecutantes de cada modalidad de acción consideren que la suya es la mejor y que quien no la comparta está equivocado o no está haciendo lo que hay que hacer. Tal creencia, sin embargo, no es otra cosa que lo que se conoce en psicología social como una “ilusión perceptual de endogrupo”, una distorsión explicable pero errónea que lleva a pensar que las actividades y naturaleza del grupo al que se pertenece son siempre mejores y más acertadas que las del resto. Los humanos funcionamos así, lo cual no impide que se aprenda a actuar distinto.

En política, como en el cuerpo, cada quien tiene un papel que cumplir. Es inconveniente, además de falso, desdeñar alguna de las partes porque no es necesaria, o pensar ilusoriamente que solo con una de ellas haremos que el cuerpo funcione.

El concepto de “estrategia” hace referencia a un conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para lograr un determinado fin. La estrategia política, por definición, incluye varias modalidades de lucha social y de acción pública, lo que a su vez supone la coexistencia e integración de organizaciones y sectores que, aunque diferentes en su naturaleza y especificidad, comparten un mismo objetivo. En el mundo democrático venezolano, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo deseable diversidad, el “qué” es el mismo –superar la dictadura madurista como única forma de resolver la inmensa crisis humanitaria y global que sufre el país– aunque haya sobre la mesa varios “cómos” posibles sobre las formas más eficaces de lograrlo. El Frente Amplio es precisamente una instancia de encuentro, comunicación y coordinación de acciones entre los defensores de todos los “cómos” que actualmente existen. Reforzarlo es el mejor favor que se puede hacer a la lucha del pueblo venezolano por su liberación y la amenaza más temible para la decadente oligarquía oficialista.

Pero así como a nadie le sobra un ojo porque ya tiene uno, o renuncia a un pie porque la mano es más importante, es crucial no olvidar que en este combate todos valemos, cada uno y cada grupo desde su particular naturaleza y función. La lucha, como el país, es plural y es de todos. Sin que nadie sobre y sin que nadie crea que puede prescindir del otro solo porque la haga desde su propia y distinta especificidad.


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