Como siempre, Andrés Oppenheimer se adelanta al futuro y a los acontecimientos por venir en sus libros. Lo ha hecho desde tiempo atrás a propósito de México y de Cuba, y ahora lo hace con su nuevo texto ¡Sálvese quien pueda! publicado por Vintage en Español. El libro trata, como lo indica la portada, del futuro del trabajo en la era de la automatización. Es una excelente síntesis y descripción de los procesos actualmente en curso en la industria y los servicios en los países modernos.

Oppenheimer pasa revista a los principales casos de automatización: el periodismo, los restaurantes, supermercados y tiendas de menudeo, los bancos, los bufetes de abogados y de contadores públicos, las empresas de seguros, la medicina, la enseñanza, las manufacturas e incluso los deportes y el entretenimiento en general. En cada caso, Oppenheimer nos ofrece ejemplos que él mismo pudo ir a conocer y comprobar en distintas partes del mundo. El libro está bien escrito, se lee fácilmente y es tremendamente informativo.

Tiene algunos elementos contraintuitivos, útiles, inteligentes, como por ejemplo cuando nos explica de qué manera no toda automatización destruye más empleos de los que crea. El clásico ejemplo de los cajeros automáticos de los bancos ilustra este fenómeno. En 1985, en Estados Unidos había 600.000 cajeros automáticos y 485.000 empleados bancarios. En 2002, los cajeros se habían multiplicado por 6, pero los empleados también habían aumentado en 20%. ¿Por qué? Porque al reducir los gastos de las sucursales bancarias a través de los cajeros automáticos, las instituciones financieras abrieron más sucursales, y emplearon a más trabajadores. Oppenheimer toma en cuenta las tendencias en todos estos sectores, en cuanto a que si, por un lado, en efecto, los robots destruyen empleos, crean otros empleos también. En este sentido, el texto de Oppenheimer no se reduce a los ejemplos simplistas ni a las conclusiones mecánicas de tendencias ya existentes.

Quizás existan dos reflexiones que si bien de vez en cuando surgen en el libro, no son objeto de un tratamiento especial. Vimos cómo durante la campaña presidencial de este año, los candidatos que quisieron tocar estos temas –automatización, robótica, el futuro, el cambio tecnológico– no pudieron, por una razón u otra, vincular estas tendencias con el bienestar cotidiano de la gente. Así mismo, sigue resultando difícil, aunque ha habido avances en algunas partes ya de Italia y quizás ahora en las zonas rurales de pequeños poblados de Francia, de encontrar un verdadero remedio para quienes pierden su empleo habiendo cumplido más de 50 años. Sin embargo, estos 2 temas son todavía relativamente complejos.

Lo que sucedió en México tiene que ver con lo que puede acontecer en muchos países del llamado Tercer Mundo. La automatización es, ante todo pero no exclusivamente, producto del costo comparativo de un robot y de un trabajador. Si los salarios son lo suficientemente bajos en países como el nuestro, va a tardar mucho más tiempo la automatización que en los países ricos. La diferencia en el tiempo no es un factor menor. Lo que es más, en términos políticos y en términos de soluciones de sociedad, es un factor decisivo. Desafortunadamente, la gente no quiere adelantarse a los acontecimientos.

En el caso de los países más ricos y más viejos, y donde efectivamente empieza a haber una gran cantidad de personas que pierden su empleo por concepto de la automatización, ha surgido la idea del ingreso básico universal, que se ha puesto tan de moda en tantos países. Cada día habrá más intentos en las sociedades prósperas de encontrar sistemas de este tipo, y los ejemplos posibles en los próximos meses, de Italia y de Francia, lo anuncian. Pero de nuevo en los países menos avanzados la introducción de estos esquemas será más difícil.

En México vimos la dificultad de lidiar con la idea de un ingreso básico universal, de la misma manera que se vuelve difícil hacerlo en países como la India. El dilema es sencillo: el mecanismo es visto por mucha gente como una forma de asistencia pública de “regalar dinero”, de “no trabajar”, para gente que no ha perdido un empleo sino que más bien o no lo tiene o solo tiene uno muy mal remunerado. Pero, en fin, estos son detalles. Creo que el libro de Oppenheimer puede abrirnos los ojos ante muchos fenómenos de gran importancia para todos los países, incluido el nuestro, e incluso para las personas, que, como el que escribe, no necesariamente veremos cómo todo esto se produce en los años venideros.


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