Es más que usual, costumbre y ritual, que en el acto de alzar una copa para brindar augurando hechos felices en la vida de un amigo fraterno o en la vida de una mujer amada, o al momento de expresarle a alguien nuestros mejores deseos, resumamos en la palabra “¡salud!” lo que sentimos, acogiéndonos a la amplitud y profundidad de su significado y diciéndola con aire de festiva exaltación.

El Pequeño Larousse se refiere a ella como: “Estado del que no tiene ninguna enfermedad”, definición afortunadamente superada en su cortedad y en su origen a partir de una negación; otros diccionarios van un poco más lejos al decir que es el “estado en que el ser orgánico ejerce sus funciones normalmente”; y se ha hablado incluso de una metafórica “salud del alma”, entendida como estado de gracia.

Sin embargo, y aparte de que no se debe incurrir en esa suerte de desliz que el maestro zen le objetara al joven monje, de “intentar penetrar el sentido ateniéndote solamente a la letra”, cualquiera que sea el nombre con que la denominemos –desde el latín salus hasta healthgesundheitsalute o santé– hay que admitir que la percepción popular es la más acertada, cuando la valora y define como tesoro; siendo cierto además que en el fondo todos sabemos o sentimos, por convicción o intuición, que en teniéndola y en siendo ella buena, todo lo positivo que se anhele o por lo que se trabaje, de algún modo llega o es logrado, y de allí que haya que cuidarla.

Con el tiempo cada concepción se ha traducido, en el campo de la salud pública y de la práctica médica, en una determinada forma de conducta; de manera que constituyen verdaderos avances, tanto el criterio más dinámico que actualmente se maneja –y que la concibe en términos de equilibrio o conjunción armónica de una diversidad de factores físicos, psíquicos y ambientales–, como el cambio operado en la visión del compromiso del ejercicio de la medicina, y que ha llevado a esta del papel curativo al más lógico y beneficioso de la prevención.

Al paso de los años hemos aprendido, asimismo, que es parte integral de nuestra salud personal, la nacional, la de nuestros hermanos del pueblo o la sociedad, y que por tanto la preocupación por lo sano, lo saludable y de positiva proyección futura, nos trasciende en lo individual y nos lleva a insistir en luchar por el reencuentro de nuestro país con su conocida grandeza, y el goce de un bien colectivo.

De hecho, es triste y dolorosa la percepción de esta Venezuela hoy brutalmente militarizada y reprimida, llevada con cruel humillación a su condición actual de tierra miserablemente empobrecida. Pero sin duda habremos de mantenernos erguidos, con el más sentido deseo y con la mayor firmeza, en el empeño por lograr que el país vuelva a tener su elevada y excelsa condición de patria digna, democrática, de hondo sentido popular, cultivadora de profundos sentimientos de nobleza humana, celosa en el cuidadoso y fructífero manejo de la economía, y con la educación y la cultura tenidas como esenciales; el retorno definitivo a lo que siempre ha sido esta Venezuela de altos principios, fieles nosotros al indeclinable deber de mantener dignamente el rechazo a la barbarie.

Sigamos así luchando y velando juntos por nuestro merecido bienestar político, cultural, social, humano. Sigamos adelante deseando exclamar también juntos, con una fe colectivamente compartida por todos y unificadora: ¡Salud!, en expresión de las sanas convicciones que nos unen.


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