Otra pantalla. Entre el cielo y las redes sociales es poco lo que se puede esconder. Es cierto que los sitios de Internet permiten construir perfiles de los usuarios, a partir de las minibiografías que encabezan las cuentas y del tono de los mensajes transmitidos. También que resultan idóneos para exponer vidas ficticias, construidas a partir de deseos y sueños, más que de concreciones. En otros casos son vitrinas de la cotidianidad más simplona. Pero indudablemente se han convertido en eficaces alternativas informativas, en recurridas tablas de salvación y en retratistas de lo que sucede en los albores del siglo XXI.

En el caso de Venezuela, donde los problemas recorren una escala de gravedad inimaginable, las redes sociales han adquirido un valioso papel en lo referente al tema de la salud. A través de Twitter e Instagram se viralizan las solicitudes de medicamentos que han desaparecido de los anaqueles o de llamados para colaborar con costosos tratamientos que horadan las economías de quince y último.

Tales campañas de solidaridad abarcan al gremio artístico que no permanece aislado en medio de una realidad tortuosa de sensación infinita. Cada vez son más los nombres de actores, locutores y cantantes que aparecen al lado de la necesidad de donativos para algo tan sencillo como continuar viviendo.

El caso del humorista y lírico Cayito Aponte ha tenido importante repercusión. Pero no es el único. La lista es triste y sustanciosa: Humberto García requiere nueva silla de ruedas y pañales en la residencia barquisimetana donde se encuentra; Nancy González sigue esperando la milagrosa operación de prótesis que le devuelva movilidad; Manolo Malpica, conocido como “Semillita”, carece de los fármacos que controlen los efectos del ACV y el glaucoma; Rosario Prieto y Romelia Agüero sufren para conseguir los medicamentos que aminoren el impacto de sus padecimientos crónicos.

Frente a un panorama tan desolador, la respuesta oficial adquiere dimensiones de atrocidad: abandono del sistema de atención pública; restricción de dólares oficiales para los laboratorios; prohibición del envío de fármacos mediante empresas de encomiendas; rechazo de la ayuda humanitaria ofrecida por particulares, mandatarios extranjeros y organizaciones no gubernamentales; negación permanente de la crisis. Pareciera que la política delineada por los conductores del Estado sea mantener una población enferma, agonizante o mermada en número, que no tenga tiempo de pensar en el origen de sus problemas.


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