Hace 3 días vendieron en algunos supermercados aceite de maíz a 600.000 bolívares el litro, que serían, en términos reales, 600 millones de bolívares, recuerde los 3 ceros que en 2007 le quitó Chávez –por influencia de Jorge Giordani, beneplácito de los hermanos Sánchez y su papá, y gran negocio para Rodrigo Cabezas, el ministro de Finanzas de entonces y gran pájaro de cuentas, por nombrar algunos–. No sé si hoy lo venden al doble o si la Sundde, esa avanzada de las Colonias Móviles de El Dorado, repitió los artilugios que aplicó para desaparecer las baterías, pero sí sé que en 1999 un litro de aceite, fuese para automóviles o comestible, no era este dolor de cabeza.

Ni Rafael Caldera ni mucho menos Teodoro Petkoff eran partidarios del mercado, pero íbamos bien. Ha sido ahora cuando ha quedado claro que el atraso real era político, no económico. Que mientras se daban los primeros pasos para instaurar un sistema de pensiones como el que ahora disfrutan los chilenos, y una de las razones de su gran bonanza actual, una alta proporción de los votantes estaban más ganados en que repartiera lo poco que había que en multiplicarlo mediante el trabajo, la inversión y el talento. Les pareció más juicioso el loco Chávez que el sensato Salas Römer. Aquí estamos.

Después de casi 20 años de marxismo de oído, ese que se toca sin partituras y domina la improvisación, constatamos que en el socialismo del siglo XXI no se impone el valor de uso ni el valor de cambio, sino “la protección de la población”, en palabras de la jurisconsulta y motivadora financiera Cilia Flores. Acudamos a Pitágoras, a Newton, a Beremiz Samir y a otros iluminados de los números para tratar de entender ese teorema que enuncia que el venezolano vive en indigencia económica, moral, sanitaria y tecnológica –en gravísima crisis humanitaria–, pero es el ciudadano más rico del planeta y con la dignidad intacta, gracias al carnet de la patria. Nos jodiste, Fidel.

El marco teórico para ajustarnos a la enjundia dialéctica es sencillo. Hace 40 años, con los precios del petróleo por debajo de 35 dólares el barril –hoy está a 60– una lata de 5 litros de aceite de ajonjolí, una exquisitez, costaba 3,50 bolívares, menos de un dólar. Un trabajador aportaba al seguro social 35 bolívares mensuales, con lo que podía comprar 50 litros de aceite que no le obstruía las arterias. Hoy, como pensionado y “gracias” al bono de guerra que inventaron Nicolás Maduro y sus adláteres, recibe 547.000 bolívares (547 millones) para cubrir sus necesidades, pero no le alcanzan para comprar un mísero litro de aceite. Sin embargo, los medios del gobierno proclaman que debe sentirse protegido y ahíto de dignidad (de lo contrario le aplican la Ley contra el odio).

En pronunciación de Freddy Bernal, el zar del clap (sin mayúsculas) y cacumen económico del régimen, no importan los costos de producción ni los precios que imponga el maléfico mercado, los bienes de primera necesidad no se intercambian por dinero, que no vale nada, sino por lealtad. Mientras más se identifique con el proceso más posibilidades habrá de obtener medicinas y hasta recibir la vacuna contra la difteria, el sarampión y la tuberculosis. Es innegable, todos los funcionarios medios y altos del gobierno reciben abundantes raciones de carne, pescado y mariscos, además de aceite de oliva y escocés; los demás que se revienten al sol esperando lo que llegue y a callarse la jeta si las sardinas que les tocan estuvieran podridas.

Mi amiga chavista no tiene caja bernal. Gana 771.750 bolívares mensuales después de 20 años de servicio y varios cursitos de especialización, pero no culpa al gobierno del desastre económico, ni relaciona sus dos vueltas al mundo y sus dólares preferenciales con esta penuria ni con la deuda que Rusia, Irán y China se cobran con el coltán, los diamantes y el oro del Arco Minero. Dirá que era su derecho. Las obligaciones y deberes, las cuentas por pagar, no son asunto suyo. Vendo campamento minero y réplica virtual de la espada de Bolívar.


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