Poner al pueblo venezolano ante la alternativa de escoger entre una oposición dirigida por carcamales de la izquierda marxista y adeco-copeyana o en sintonía con una burocracia mezquina, regresiva y voraz, incapaz de la menor autocrítica, es la prueba más fehaciente de la catástrofe a la que Venezuela está siendo llevada por la incapacidad de sus élites. No queda otra salida que La salida. Manos a la obra.

De la colosal e inédita abstención de las fraudulentas presidenciales del 20 de mayo, que a pesar de los inauditos esfuerzos de sus protagonistas se saldó con la más alta cifra de rechazo experimentada en un proceso electoral de esas características –87% del total del padrón electoral– se han sacado algunas precipitadas conclusiones que demuestran la validez del aserto de Max Hastings, el autor de 1914, el año de la catástrofe: las grandes crisis históricas, si se combinan con la falta de aptitud y grandeza política de las dirigencias, pueden conducir a impases de trágicas y fatales consecuencias para los pueblos que las sufren.

Del régimen no se debe ni se puede esperar ni una mínima sombra de inteligencia ante la colosal crisis que ha provocado y de la cual, parasitariamente, se sirve. Como simulacro de socialismo no es más que necrofilia. Está en manos de pandillas desalmadas sin otra cultura que la violencia bruta, el asesinato, el saqueo, la represión, el chantaje y una inescrupulosidad inédita en nuestra historia. Se han hecho con el poder de las armas de ejércitos previamente corrompidos e invertebrados. Manejados por hampones tan criminales como aquellos a los que sirven. De modo que solo buscaban obtener de la farsa que escenificaron ante el rechazo mundial la patente de corso para sus desmanes. Seguir apretándole el pescuezo a una sociedad inerme y desgraciada. Y terminar de saquear lo poco que va restando de un país expoliado y exangüe.

Lo que nos llama la atención es la miopía, ya lindando en la ceguera, de los sectores opositores, tanto de quienes aceptaron sumarse al juego de la legitimación de la farsa, ya definitivamente inscritos en las filas de la colaboración y el quintacolumnismo, a la espera tal vez de alguna recompensa que les permita sobrevivir a la sombra del poder, como aquellos que, a redropelo de su tradicional disposición electorera, decidieron sacrificar sus instintos y llamar, muy en contra de sus naturales impulsos, a la abstención. La presión internacional se hizo demasiado poderosa como para ponerle la proa, respaldando indirecta o directamente al tirano, como lo hicieran Falcón, Eduardo Fernández, Claudio Fermín y sus asesores. Un grave y maléfico error de imponderables consecuencias.

Quienes, rompiendo la unidad y en un caso de claro oportunismo político, acompañaron al ex gobernador de Lara ya consideran que los 2 millones de votantes que a pesar de todas las evidencias del fraude no pudieron resistirse a su naturaleza electorera y se presentaron como sonámbulos a sus centros electorales –una suerte de ludopatía subliminal que les resta a sus afanes ciudadanos toda verdadera racionalidad política– les pertenecen y constituyen un reservorio político con asignación y dueños. “Con esos 2 millones de venezolanos –dijo palabras más palabras menos el ex diputado del MAS Enrique Ochoa Antich– construiremos la verdadera oposición”. Es de imaginarse el talante de dicha extravagante agrupación de zombis: un regimiento desarmado a la orden de la colaboración, según lo dicten quienes los dirijan. Más allá de la impostura de aquella apropiación indebida, la aspiración es absolutamente ilusoria. Identificar el voto con un compromiso de militancia es simplemente fantasmagórico.

Más desolador resulta el panorama de la otra parte, que dejando de lado promesas a futuro ya procedió a dar los primeros pasos dictados por el análisis de los hechos según y hasta donde su inteligencia se los permite. Nos referimos a ese sector opositor que habiéndose negado a someterse a los dictados de un ente espurio con el que cohabita en el palacio legislativo, la llamada asamblea nacional constituyente, llamara a la abstención. Y para el cual, según lo señala el dirigente de PJ Tomás Guanipa, “la abstención del 20-M fue un espaldarzo a la MUD”. Una afirmación tan estrambótica como salida de la inagotable sapiencia ficcional de Borges: no la del diputado en el exilio, sino la de Jorge Luis, el genio argentino. Millones y millones de ausentes que se niegan a obedecer las órdenes del tirano, dándole luego un espaldarazo a su propio fantasma. La abstención no fue espaldarazo alguno: obedeció a una aplastante voluntad de rechazo no solo al régimen, sino al estado de cosas que soportamos por su culpa e incluyó no solo a los principales responsables y beneficiarios de la tragedia humanitaria que nos asuela, sino también a quienes no han sido capaces de asumir el papel que la historia les asigna: enfrentarse a la tiranía con dignidad y coraje para salvar nuestra patria del brutal asalto que la aflige.

Sin haber puesto tampoco, oportuno es señalarlo, toda la carne en el asador ni mucho empeño en las denuncias y actividades militantes a que las circunstancias de una atención política y mediática mundial daban oportunidad, para aclarar de la partida que la abstención tenía dueño y apellidos, que al amanecer del lunes 21, como corresponde a quienes se mueven en el incesante trasiego político, estarían pasando por taquilla. Que combate ganado y reconocido por la prensa mundial que no se cobra sin dilaciones es como si no hubiera existido. O hubiera sido una derrota. Inútil y tonta discreción seguramente aconsejada ante festum por el temor a que la orden abstencionista desgranara las filas y tanta copeyana y tanto copeyano proclamaran con estridencia y a voz en cuello desde sus cómodos exilios dorados que “ellas y ellos sí votarían”. Desafiaban al viento.

Lo que en rigor correspondía tras un impacto noticioso de tales proporciones era volver caras para recuperar aliento, refundar la conexión con el pueblo y darle expresión política a esa fuerza descomunal de la indignación popular que se halla represada en las profundidades del alma nacional. Sumándose, de paso, al gigantesco movimiento envolvente que nuestros aliados internacionales –¡82 naciones en pie de combate contra la tiranía de Nicolás Maduro que se niegan a seguirlo avalando, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, y toda la opinión pública mundial incluidos!– han puesto en acción para exigir e imponer el desalojo de la dictadura más oprobiosa que haya conocido el Caribe en toda su historia. Hasta ahora, por lo menos, la única luz que se vislumbra al final del túnel: una intervención humanitaria acompañada de una insurrección popular como las de 2014 y 2017. La Salida.

Siendo esta la única operación de estrategia política verdaderamente oportuna, significativa y trascendente –repito: reconstruir la unidad de todos los sectores antidictatoriales consecuentes y verdaderamente opositores, avalados por los éxitos de nuestro inmediato pasado– que se hubiera traducido en una conexión activa y militante entre las fuerzas antidictatoriales del interior con las del exterior: las que llamaron a la abstención en Venezuela y el mundo; la coordinación entre los factores nacionales y los factores internacionales que persiguen de consuno el desalojo de la dictadura y el restablecimiento del Estado de Derecho con el apoyo de todos los grandes poderes democráticos del planeta –Estados Unidos y Canadá, la Unión Europea y el Grupo de Lima–, ¿cuál ha sido y sigue siendo la razón para que en lugar de abrir los ventanales de nuestro espeso y viciado ambiente político, mirar hacia el futuro y dar los necesarios pasos al frente, el sector abstencionista vinculado al llamado Frente Amplio haya decidido perderse en la retaguardia, rebobinar la historia, meter su cabeza en la arena de luchas perdidas y preparándose a beber de las aguas servidas del diálogo y la componenda con la dictadura reconstruir el cadáver de la inoperante y ya fracasada Mesa de Unidad Democrática, MUD? ¿Qué dirá Rodríguez Zapatero, nuestro Doctor Frankenstein?

Poner al pueblo venezolano ante la alternativa de escoger entre una oposición dirigida por carcamales del puntofijismo o en sintonía con una neoburocracia política mezquina, regresiva y voraz, incapaz de la menor autocrítica, es la prueba más fehaciente de la catástrofe a la que Venezuela está siendo llevada por la incapacidad de sus élites. No queda otra salida que La Salida. Manos a la obra.


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