A 100 días de la juramentación popular del presidente interino Juan Guaidó, podemos afirmar que este ha sido un acontecimiento clave para la causa democrática venezolana. Hasta el momento el 30 de abril fue el punto extremo, parecía que era el día 1 de la transición, pero algo pasó, difícil determinar exactamente qué fue lo que rompió el acuerdo que existía, pero no hay duda de que se había logrado una salida negociada para iniciar un nuevo gobierno.

En la oposición venezolana tenemos varios bandos, eso no es novedad, pero en este momento se marcan las diferencias respecto a cómo terminar con el drama y caos que vive Venezuela. La mayoría pareciera estar a favor de alcanzar una transición a través de la negociación, pero lo suscitado la semana pasada pudiera abrir nuevas consideraciones.

La negociación política no es muy distinta a cualquier otra del ámbito económico, jurídico o ciudadano, hay dos o más partes que tienen que ceder en algo, en principio todos ganan y todos pierden alguna cosa. El problema de una negociación “política” en el caso venezolano es que debe considerarse que estamos ante una organización criminal que, a pesar de todos sus problemas, sigue manteniendo el poder y, si bien quedó claro que no cuenta con un apoyo pleno de la FAN, esta de todos modos no ha dado, hasta la fecha, un apoyo pleno al oponente. Esto deja una negociación en Venezuela centrada en lo que cada lado cree poder obtener, ambos bandos quieren sin duda presidir la transición venezolana, se trata de mantener control de las instituciones y, por tanto, del devenir de los sucesos.

Iniciar la transición como consecuencia de una negociación exitosa supondría cosas buenas y malas, las buenas serían un cambio relativamente pacífico (aunque no es posible de aseverar), tal vez un punto de partida para la pacificación nacional, pero de nuevo, para que eso de verdad ocurra, hay que tener en cuenta que estás firmando un acuerdo con el crimen organizado, necesitaríamos instituciones sólidas -que hoy no tenemos- para que ese acuerdo se ejecute y se haga cumplir. Las malas son bastante obvias, supone dejar espacios políticos, económicos y sociales a esas personas, al menos durante la transición y seguramente en los próximos años, el chavismo seguirá siendo una clase superpoderosa en Venezuela.

Una negociación frente a ese tipo de personas deja dudas razonables, lógicamente el chavismo quiere garantías en cuanto a impunidad e inmunidad jurisdiccional, para ello necesitan mantener importantes cuotas de control en el Poder Público, seguirán teniendo magistrados, legisladores y funcionarios en todos los niveles, pero por otro lado tendrían que renunciar a sus escuadrones del crimen (colectivos, paramilitares, terroristas, etc.) y perderían el apoyo logístico y financiero de gobiernos extranjeros. Pero es que también tenemos que preguntarnos hasta qué punto eso es factible, no solo desde la óptica chavista, sino ciudadana. El venezolano, verdadera víctima de 20 años de tortura, no necesariamente tiene por qué aceptar una “Ley de amnistía”, ya el Alto Comisionado de la ONU ha dicho en reiteradas ocasiones que contra crímenes de lesa humanidad no hay amnistía que valga, además, cualquiera de nosotros pudiera eventualmente denunciar casos de lavado de dinero e informar del paradero del funcionarios corruptos o violadores de derechos humanos en cualquier lugar del mundo.

Es difícil medir las consecuencias de la negociación, pero es también complicada medir la de una intervención militar extranjera. Resulta extraño el hecho que tantos opositores (no políticos) vean con horror la intervención militar extranjera, extraño porque Venezuela se encuentra intervenida militarmente desde que Chávez en el año 2000 firmó con Fidel Castro el primer acuerdo donde, entre otras cosas, importaba los servicios de inteligencia militar de Cuba, por más de una década se ha permitido el ingreso de paramilitares extranjeros (FARC y ELN por nombrar los más sonados) y células terroristas. Este año más de un centenar de militares rusos ha pisado territorio venezolano, y a pesar de todo eso algunos se horrorizan con la idea de autorizar que un ejército venga a Venezuela a expulsar a los invasores de nuestra tierra.

Entiendo que los políticos de oposición no vean con buenos ojos la ayuda militar extranjera, porque para ellos supone perder el control de los acontecimientos, ya no habría certeza de ministerios, institutos u otros cargos interesantes en la industria petrolera, porque la ayuda extranjera seguramente significará la participación de políticos exiliados y de personas que sean del agrado del país o países que enviarán la ayuda militar. Pero atención, la intervención militar para la liberación de Venezuela tiene cosas buenas y malas también.

Las buenas son sin duda la posibilidad de hacer tabla rasa, los chavistas salen -por ahora- y pudiéramos imaginar el inicio de una nueva era de valores. El crimen sería atacado de manera más enérgica y veloz, pero también hay que examinar las variables de todo eso. No sabemos con certeza el nivel de resistencia que todos esos grupos criminales del chavismo va a tener, puede tomar días o pueden ser años de enfrentamientos armados, especialmente en el interior de Venezuela. 

La ayuda militar extranjera también se vería afectada por los cambios políticos de esos países, hoy puede haber un gobierno que nos da la mano, mañana, no sabemos. Esas incertidumbres hacen difícil planificar el porvenir de Venezuela, la incertidumbre es enemiga de la seguridad jurídica y, por tanto, del progreso económico.

¿Qué hacemos entonces? desgraciadamente no hay plan que garantice prosperidad inmediata y plena, lo que sí es indiscutible es que algo hay que hacer, la peor opción en este momento es permitir que el tiempo pase y el chavismo se recomponga, hay que actuar y asumir las consecuencias. Valiéndonos de la experiencia venezolana, podemos suponer que las acciones las ejecutarán un grupito de políticos y las consecuencias las sufrirán todos los demás.

Los acontecimientos del 30 de abril confirmaron algo que ya nos temíamos: el destino de nuestra tierra ya no depende solo de nosotros, pero sí dependerá de nosotros restablecer nuestra libertad y soberanía una vez que la dictadura caiga.


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