No es la intención de este artículo denostar de Caracas y sus habitantes, válgame Dios cometer semejante desatino. Me voy a referir, exclusivamente, a los dirigentes políticos de todos los sectores, quienes en lo fundamental realizan la mayoría de sus actividades, las más importantes, en la capital de la República y eso no tiene nada de malo. Lo criticable es que algunos de ellos lo más lejos que llegan es hasta Los Teques, y solo a comer golfeados.

Visitar la provincia ha quedado solo para las épocas electorales y es lo que no se perdona, porque, como dijera Alirio Ugarte Pelayo, un destacado político e intelectual venezolano del siglo XX: “Caracas no es Venezuela, la provincia es la patria”. Era una exageración pedagógica, para dar entender que no solo en la capital debe hacerse la actividad política cotidiana, sino que es requisito indispensable, para hacer política con P mayúscula, oír a la Venezuela profunda que también piensa, analiza, estudia y tiene una opinión tan acreditada como la de cualquier residente de la capital. La mayoría de las universidades están en la provincia y ese no es un dato desdeñable, a la hora de hablar de gente que piensa, opina y quiere ser escuchada.

No queremos presumir, quienes militamos en AD, de ser más abnegados en la lucha que los demás, pero es un hecho notorio que nuestra organización es la más extendida por la República y eso nos permite oír con más claridad los reclamos y las quejas de esa militancia existente en los más apartados lugares del país. Para que no queden dudas de nuestro rechazo a la presunción de ser mejores que alguien, es por lo que exclamamos: ¡salgan de Caracas! y no es otra cosa que una invitación colectiva, a nuestros compañeros del resto de las organizaciones democráticas, a reanudar el trabajo en todos los estados, municipios y parroquias de Venezuela. Si fuésemos prepotentes, sectarios o exclusivistas, llamaríamos solo a los nuestros y la invitación es para todos.

No escapa de nuestro entendimiento las inmensas dificultades que surgen en la alternativa democrática para conseguir la ansiada unidad que nos reclama, con desesperación, todo un pueblo que ya no soporta el desabastecimiento de comida y medicinas, que no puede tolerar más la carestía de la dieta diaria, del abandono de los servicios de salud más elementales, de una educación inexistente y sumidos en una depresión colectiva, como consecuencia de todo lo anterior. Ah, pero la peor causa de esa depresión intolerable es que no ve, nuestro pueblo, cuándo y cómo se le puede poner punto final a esta desgracia, si observa a los líderes, llamados a orientarlos, consumirse en debates interminables, en Caracas, sin oír sus quejas y reclamos.

Desde la provincia sabemos que la dificultad de la oposición, para unirse, tiene mucho que ver, paradójicamente, con su talante democrático y no tener un jefe único que dé órdenes que sean cumplidas por borregos, pero también sabemos que aunque en cada capital de estado puede replicarse ese esquema de debates interminables entre dirigentes, tan pronto como se baja a las comunidades se acaban las diferencias, pues la gente no quiere oír dimes ni diretes, chismes o disquisiciones sobre el sexo de los ángeles, sino espera conocer cuándo y cómo vamos a salir de esta pesadilla.

Ese es el reclamo fundamental y la respuesta la tenemos solo si nos ven a todos juntos, con una política unitaria coherente que presione la salida democrática de un régimen que tiene que dejar el poder porque no quiere cambiar, atado a un chantaje ultraizquierdista, atrasado y demodé.

La invitación, ya dijimos, es colectiva, pero para dar el ejemplo vamos a iniciar desde el CEN de AD giras que van a ser lideradas por nuestro secretario general nacional. En los próximos días saldrá Henry Ramos a recorrer Venezuela y esperamos que nos acompañen todos lo que tengan a bien hacerlo. Venezuela espera orientaciones, pero también quiere dejarse oír porque Rómulo Betancourt construyó un partido y una alternativa política al despotismo, recorriendo y oyendo a la gente de toda Venezuela.

Oigámosle: “En mi exilio de juventud siempre ambicioné conocer, pueblo por pueblo, caserío por caserío, a la inmensa Venezuela; mirar de cerca y a lo vivo sus problemas; dialogar sobre su destino con hombres y mujeres, de la montaña y el llano, de Oriente y la Guayana. Realicé ese soterrado y premioso anhelo, en esos años que me enseñaron de mi país mucho más que cuanto aprendiera en vigilias estudiosas, sobre las páginas de los libros.

“Navegaba el Orinoco en precaria lancha de fabricación doméstica; y en curiara por el lago de Maracaibo, y en bote de palanqueo por las aguas del río Tuy. Dormí en los ranchos en piernas de los llanos de Guárico, del Bajo y el Alto Apure, escuchando detalles sobre sus vidas y trabajos de labios de las peonadas, mientras pastoreaba el sueño en la criolla hamaca de moriche; y conviví con los andinos en sus tierras parameñas y con los obreros petroleros en Cabimas, Quiriquire y El Tigre, y con los pescadores del golfo de Cariaco, y con los trabajadores del Sisal en Lara, de la caña de azúcar en Aragua y Miranda, del cacao en Barlovento”.

Imitar no es malo cuando se trata de construir, desde la adversidad, una alternativa de poder. Imitemos a Rómulo, salgamos de Caracas a recorrer Venezuela con un mensaje de esperanza.

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