I

“Yo nunca había visto cosa igual. Todos los gobiernos que yo he vivido, desde Pérez Jiménez para acá, y nunca había visto nada tan malvado”, decía la abuelita en medio de la oscurana del jueves. La pobre no podía orientarse en la casa, y no era por su enfermedad, sino porque la negrura era tan profunda que no veía ni siquiera a la hija con la que estaba hablando.

Era mejor que no intentara levantarse del sofá, porque si se aventuraba hacia las escaleras podía caerse y la cosa se iba a poner peor. Había que repetirle cada cierto tiempo: “Mamá, es un apagón general en todo el país”. Y ella volvía: “¿En todo el país? ¿Tanto tiempo? ¡No puede ser! Yo nunca había visto cosa igual. Todos los gobiernos que yo he vivido, desde Pérez Jiménez para acá, y nunca había visto nada tan malvado”. Como una letanía, como un “Maduro, coño de tu madre” que cada cierto tiempo rompía la noche.

Sin electricidad, no hay agua en la mayoría de los edificios y zonas de la capital, pues el sistema de bombeo trabaja con este servicio. Si a eso le adicionas que en donde vive la abuelita no hay agua desde el fin de semana pasado, pues la situación se hace más grave.

II

Gracias a Dios que las hijas de la abuelita tenían cómo llegar a casa, y gasolina en los tanques. Muchos de los trabajadores el jueves tuvieron que atravesar la ciudad entera a pie para regresar a sus hogares. Algunos se quedaron a dormir en las oficinas o sitios de labor, porque era más seguro que salir a la calle con el hampa desatada y ayudada por la total oscuridad.

El detalle es que a muchas familias, como la de la abuelita, el apagón las agarró con las neveras vacías, pues suelen comprar lo que pueden los fines de semana. El problema es que no hay servicio de pago electrónico, tampoco funcionan los cajeros automáticos, no hay efectivo. Dicen los vecinos que en algunos locales están recibiendo divisas como pago, pero son muy pocos los que pueden darse ese lujo.

Y el régimen solo repite lo de la guerra, que dejó de ser económica para convertirse en eléctrica.

III

Guerra, hay. Contra el ciudadano común. Algo que también repite la abuelita a cada rato: “Son unos sádicos”. Los problemas de la falta de electricidad se multiplican. No hay cómo surtir gasolina, tampoco se puede comprar comida.

Pero, además, no hay manera de comunicarse. Ese blackout del que tanto se ha hablado se hizo realidad. Los familiares de la abuelita que están fuera del país ni siquiera pueden llamarla para saber cómo está, porque no entran las llamadas. Todas las telecomunicaciones funcionan de manera intermitente. No hay manera de informarse, de desahogarse, de pedir auxilio, de conectarse. “Son unos sádicos”, repite la abuelita, y con toda razón.

@anammatute


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