La semana pasada Ricardo Bello Toledo me concedió el honor de presentar, junto a Guillermo Cerceau en la Feria del Libro de la Universidad de Carabobo, su último libro: Sacramento de la guerra, una novela estupenda, cuya lectura recomiendo ampliamente. Aunque Sacramento de la guerra es más que una novela, un canto al amor, la comprensión y la paz de dos pueblos formidables que mantienen un conflicto milenario: el judío y el islamista, relatado por un católico practicante con el mayor respeto por ambas religiones. También es una denuncia contra el radicalismo infecundo y el fanatismo, venga de donde viniese.

En el diálogo en la universidad, relaté que cuando Ricardo me enseñó los borradores de la novela, para conocer mi opinión, le hice algunas críticas atrevidas que él me agradeció, aunque no me hizo caso. Digo atrevidas, porque me entrometía en temas complicados y en vivencias del autor, pero lo hacía porque me parecía que se metía en honduras peligrosas, por el celo religioso que ambas tendencias, judíos y musulmanes, tienen de sus respectivas creencias. No se debe olvidar lo que le ocurrió a Salman Rushdie por publicar Versos satánicos y a Isaac Rabin, asesinado por un correligionario judío radical perteneciente a la fanatizada derecha israelí, todo por estar opuesto a las ideas que sostenía aquel de entregar territorios a cambio de la paz.

Ricardo se metió en ese tremedal, pero lo hizo magistralmente, con mucho respeto por las ideas judías y musulmanas. Tanto respeto que creo exageraba, en ocasiones, porque en los diálogos entre el personaje central de la obra Daniel Toledo –el muchacho venezolano que se va a Israel a pelear contra los palestinos y es capturado por estos y se convierte al islam, para luego ser rescatado por un comando israelí– y su mentor palestino, el Sheik Abdul Salam, cada vez que se menciona la palabra profeta viene acompañada, de seguidas, con la frase: La paz sea con él, es decir, alsalam yakum, eso me pareció no solo una asaz previsión, sino un tratamiento respetuoso que se debe valorar.

Esta novela es todo un reto que no concluye en esta obra, porque estoy convencido de que Ricardo prepara otro libro para continuar la interesantísima vida de Daniel Toledo, que merece convertirse en un drama para llevarse al cine, sobre el complicado conflicto de dos pueblos que merecen vivir en paz, por la sencilla razón de que ambos existen, y para que eso se dilucide a favor de una sola de las partes habrá que borrar de la faz de la tierra a la otra, y eso no es posible ni humanamente permisible.

Recordemos la sensata recomendación de Francois Miterrand para todo aquel que quiera adentrarse en el enrevesado y milenario conflicto; y a la que Ricardo Bello, quizás sin proponérselo, siguió su sentido y orientación:

“Tome esa Biblia y ábrala por las dos señales que he puesto en ella: En el Génesis encontrará este versículo: ‘Aquel día Yavé hizo una alianza con Abraham en estos términos: Doy a tu descendencia este país, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el río Eufrates’. Y en el libro de Josué podrá leer: ‘Después de la muerte de Moisés, Yavé habló a Josué y le dijo: Moisés mi servidor, ha muerto. Ha llegado el tiempo de pasar el Jordán que tienes ante ti, tú y todo tu pueblo, hacia la tierra que yo doy a los hijos de Israel”. Y concluía Mitterrand: “Dos pueblos para la misma tierra y un Dios de cada lado. La diplomacia tiene motivos para desanimarse”*.

Ricardo Bello no se desanima y su obra es un llamado a la paz y a la confraternidad entre dos pueblos, que están destinados a vivir juntos hasta la eternidad porque Dios no ha muerto. Él ama a unos y a otros, pues solo hay seres a su imagen y semejanza. Esa es la razón de fondo para el triunfo del amor sobre la guerra. Usando, entonces, la exclamación aprendida en este libro, digamos: ¡Inshallah! ¡Si Dios quiere!

* Mitterrand, Francois: Aquí y ahora. Edit. Argos-Vergara. Pág. 239. Barcelona. 1981. Con prólogo de Felipe González.

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