Aun cuando transito por una vía a contracorriente, llamo la atención sobre un signo de estos tiempos. Se trata de un rasgo que se hace cada vez más evidente. Lo ha dicho mucha gente: este gobierno saca lo peor de cada uno de nosotros.

El país se ha deteriorado en 18 años. No es ni la sombra de lo que alguna vez fue. Hay señales alarmantes porque refieren un quiebre profundo: institucional, cultural, social. Gente en las colas hace sus necesidades al aire libre. Compradores que entran a una panadería, después de una larga espera, y destruyen lavamanos y pocetas con odio.

Recientemente, frente al despliegue de represión salvaje, gente en la calle ha comenzado a lanzarles excrementos a los guardias nacionales, como una forma de defensa y lucha. Rápidamente fueron celebradas en las redes y la creatividad criolla las denominó inmediatamente “puputov”.

Este es uno de los momentos más álgidos de ese descenso al infierno con el que sueña toda dictadura: reducir al otro como igual, convertirlo en una bestia para ya no encontrarse solo en semejante inhumanidad. Que todos, verdugos y víctimas, seamos iguales.

Después de muchos años de civilización, el ser humano logró meter las heces que expulsa el cuerpo en un lugar cerrado, el baño, dentro de una poceta, para eliminar algo incómodo e insalubre que sale de cada persona. Por cierto, un tema incómodo que nadie quiere mencionar.

Rose George, periodista, escritora y activista, lucha para que la humanidad logre metas de salubridad que saquen a los niños de la mortandad. La diarrea mata a un niño cada quince segundos. “En la última década han muerto más niños por diarrea que personas en conflictos armados después de la Segunda Guerra Mundial”.

No es broma. Un gramo de heces contiene 10 millones de virus, 1 millón de bacterias, 1.000 quistes parásitos y 100 huevos de lombriz. Las partículas fecales contaminan agua, alimentos, cubiertos, zapatos, y existe un riesgo alto de ingerirlas sin que nos demos cuenta.

En 2007 el British Medical Journal hizo una encuesta entre sus lectores para que eligiesen el hito médico de los últimos 200 años: antibióticos, penicilina, anestesia, píldora anticonceptiva. Escogieron la poceta, es decir, el saneamiento.

Para Gandhi la salubridad era más importante que la independencia. Para Le Corbusier el retrete era el objeto más bello de la industria humana. Y para Rudyard Kipling las cloacas eran más cautivadoras que la literatura.

Uno no puede tomar a la ligera algo a lo que le dedica tres años de su vida: un ser humano que tenga baño pasa cerca de 1.000 días haciendo sus necesidades. Los que carecen de salubridad, tratan de pasar el menor tiempo posible en ese asunto.

El antropólogo Norbert Elías traza en El proceso de la civilización el progreso que significó el paso de que un aristócrata hiciera sus necesidades en público (remember Guerra de tronos) a que una persona lo convirtiera en un acto privado, a puerta cerrada y a solas. Insisto: el sexo y la muerte se ha revalorizado como temas de discusión abierta. La defecación sigue siendo tabú.

¿Qué quiero decir con todo esto? No somos animales. Ni seres primitivos. Ni bárbaros arrasando con lo que encontramos en el camino. Freud, Levi-Strauss, Foucault, Derrida, Marvin Harris, Alice Miller pensaron eso que nos diferencia del horror.

La vieja y nunca bien mentada historia de la mierda refiere una historia cultural de cómo el ser humano guardó eso de lo que no se habla donde debe estar. Devolver esa materia oscura a la calle es lo que este gobierno quiere. Para que las cosas monstruosas que ellos hacen no llamen tanto la atención. Taima tiene varios sinónimos. Guarimba, pero también pausa. Una pausa para pensar.


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