La esclerosis de la democracia política venezolana es percibida por el pueblo con sabiduría y civilización, pues con su abstención de más de 70% en las elecciones del 20 de mayo ha manifestado su condena tanto al gobierno como a la presunta oposición. Con su decisión, el pueblo ha demostrado que no necesita de una ideología, de un socialismo cubano-leninista-bolivariano o, en contraposición,  de un caudillismo populista cual expresión de una práctica democrática obsoleta, sino que percibe la necesidad de una proposición política que conjugue los intereses políticos con los requerimientos económicos.

Otra vez la comunidad internacional y la sociedad nacional han observado el juego subyacente de mutuo sostén de las partes comprometidas en el proceso electoral y que la respectiva decadencia ha sido caracterizada por sed de poder, corrupción y un determinismo para el cual cualquier hipótesis de cambio se sustancia en eufemismo.

El “mercado informal” de la compra de votos ha sido contaminado por la hiperinflación de la realidad económica que se ha trasladado al sector político: muchos gastos para comprar muy poco. Los subsidios generalizados no han engañado a los ciudadanos que se encuentran comprimidos por el secuestro y la devaluación de la moneda, por las consecuencias del aumentado endeudamiento externo, por los daños aportados al sistema productivo público y privado, la escasez de alimentos y medicamentos, y que deben olvidarse de la sugestión de la renta petrolera, reducida a menos de un millón de barriles diarios, para empezar a dedicarse al desempeño de las escasas posibilidades de trabajo en un intento de contención de la crisis estructural que los afecta.

Albert Camus pregonaba que “la alternativa que trata de tejer de otro modo la realidad y la idea sea rebeldía y constituya la intransigencia infatigable de los demócratas”. La sabiduría del pueblo ha manifestado su disconformidad con la abstención. Pero tanto el gobierno como la oposición conocen que la integración de principios pacifistas (Hannah Arendt) no excluye “los dilemas y las tragedias de la elección entre políticas alternativas o los riesgos de la contingencia de la acción (Isaiah Berlín)”.

De modo que asegurada su continuidad y por temor a desenvolvimientos futuros que lo pongan en peligro, el gobierno consolida la dependencia política paracolonial y la alianza operativa en lo económico y lo militar con el nuevo presidente de Cuba: se persiguen estas finalidades para evitar el aislamiento completo en el contexto del  continente americano, en el cual todavía se manifiesta solo el apoyo de Bolivia y Nicaragua, mientras que, con el cinismo característico de cualquier dictadura, como complemento de los acostumbrados barriles diarios de petróleo, le envía diecinueve toneladas de alimentos, negando la reconocida existencia del estatus de necesidad de ayuda humanitaria en el cual versa el pueblo venezolano. Pero los  tiempos han cambiado, la gran mayoría de los ciudadanos ha asumido una postura crítica, los graves errores cometidos y que se cometen en la conducción macroeconómica presentan facturas: no está más en juego la supremacía entre Hugo Chávez Frías y Fidel Castro en la leader ship sobre las áreas de influencia de la izquierda internacional social comunista, por supuesto cuando los recursos de Venezuela lo permitían, sino que ahora se trata de sostener mutuamente la supervivencia del régimen de poder establecido.   

Por otra parte, los partidos que confluyen en la MUD, dejados a la deriva, abandonados por el abstencionismo del pueblo al exceso implacable de la servidumbre voluntaria practicada a favor del Ejecutivo nacional, han simulado un acto de contrición mediante la intención de crear “siete comisiones” para recuperar el consenso de los venezolanos, pero sin formular una política de juicio, cuidado y equidad, y sobre todo, sin implementar un proceso general y específico de autocrítica y de revisión tal, que produzca en cada uno de ellos el establecimiento de una efectiva democracia interna y el abandono del caudillismo y del populismo, para enfrentar la dura realidad de las condiciones económicas y sociales del país, la extrema pobreza a la cual ulteriormente será reducido el pueblo venezolano.

Como evidenciaría Pierre Rosanvallon se requiere una política “realista positiva de la democracia… que supere la filosofía realista minimalista que de Popper a Schumpeter ha estado presente como la sola manera de pensar la vida democrática en su unidad y continuidad”.

Pero las condiciones políticas y socioeconómicas del país se encuentran muy lejos de esta hipótesis. Pues, según el informe presentado por el secretario general de la Organización de Estados Americanos a la Corte Penal Internacional, el régimen dictatorial vigente ha llevado a cabo, en los últimos 2 años, 131 ejecuciones extrajudiciales cometidas por las fuerzas de seguridad del Estado o por los llamados “colectivos”; 8.000 denuncias de homicidios; 12.000 personas detenidas arbitrariamente; 289 alegación de tortura y violencia sexual en contra de hombres y mujeres, sometidos a 192 descargas eléctricas en los genitales. Son todos delitos de lesa humanidad sobre los cuales en diferentes instancias se pronunciará la comunidad internacional, pero que prioritariamente y con sentido de responsabilidad requieren el juicio de cada ciudadano, civil y militar, de cualquier nivel social y orientación política.

Así que no es suficiente denunciar que la ilegitima asamblea constituyente asegura la continuidad del régimen, perjudica la identidad nacional y produce la pérdida de la soberanía, el desconocimiento de las naciones democráticas, sino que se requiere una reconstrucción del sentido de responsabilidad de todos los ciudadanos y la renovación de la gerencia política para instaurar en el tiempo necesario un efectivo Estado democrático. Para eso no se debe confundir la creencia con el conocimiento y, en consecuencia, es imperativo fundamentar la proposición política en los análisis críticos y no en los escándalos y mentiras de las redes sociales que parecen prevalecer en los sistemas de comunicación para otorgar la sutil difusión de valores y principios subalternos al ejercicio del poder.


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