Tomaré el tema de este artículo de la historia-de-vida de un oficial del ejército tal como él la narra, intercalando mis comentarios, para continuar y concluir con él por ahora lo ya expuesto sobre la ruta de la crueldad.

Cuenta mi personaje cómo respondió a una pedrada que le lanzaron desde la fachada de una universidad, que no nombro para evitar la identificación, durante una revuelta estudiantil en tiempos anteriores a Chávez y su revolución.

“…Una piedra me golpeó en la rodilla (…) me dolió tanto que casi me rompió el pantalón de campaña (…) tranquilo, ya te vamos a relevar –dijo el capitán –. No, yo me voy atrás (…) iban tres camiones del ejército con soldados (…) el capitán ordenó no disparar. Yo, como no pertenecía a su compañía, pues llegué y cargué el fal, y pensé: bueno, si a mí me cae una piedra le echo plomo a esto (…) bueno, así mismo fue. Cuando pasaron los camiones también le cayeron a piedras y no hubo ningún tipo de reacción por parte de ellos. Yo iba detrás con mi jeep (…). Cuando cayó una piedra en el capó (del jeep mío), voltié el fal y desde el mismo jeep lo descargué en las puertas de la universidad”. El resultado fue de catorce heridos y dos estudiantes muertos. “…El capitán me llamó —¿Por qué usted hizo eso?

—Bueno, porque me cayeron a piedras”.

Le dieron la orden de irse al comando y presentarse al coronel. El coronel lo mandó para su habitación y que se mantuviera en ella sin salir. De ahí pasa a las órdenes de su comandante de batallón y éste le dice: “—Tranquilo, eso lo vamos a solucionar”.

El suceso despierta todo un problema entre los oficiales de modo que, como él narra, “—me pararon delante de unos setenta oficiales de todas las fuerzas (…) me preguntaron y yo les dije que sí, que yo había tomado esa decisión porque el reglamento del servicio en guarnición dice que el militar puede hacer uso de las armas”. Buscan el reglamento y en él, según dice el mismo personaje que cuenta su historia, aparece un artículo que reza: “El militar debe hacer uso de las armas cuando sea atacado en forma directa por arma contundente, arma de fuego, o arma blanca”. La respuesta inmediata del general: “—El oficial tiene razón”. La propuesta de los oficiales fue que lo cambiaran para otro puesto de servicio, pero el general dijo enfáticamente: “—No, déjeme este hombre afuera porque esta es la gente que necesitamos. Así que me lo saca pa’ la calle en la mañana otra vez”. Salió, pues, y siguió su vida normal dentro de la milicia en la que el mismo militar fue autor después de otros crímenes y delitos de toda clase sin sufrir nunca ninguna molestia. Su caso pasó por tribunales, porque hizo demasiado escándalo, pero sin consecuencias significativas para el sujeto implicado, hasta que, a los tres años, fue sobreseído por el mismo presidente de la República. Todos esos crímenes los cometió mientras estuvo dentro de la institución. Acabó saliendo luego del ejército y entonces sí fue a la cárcel pero no por ninguno de ellos sino por haberse implicado, ya fuera de la milicia, en problemas de narcotráfico.

Lo que más impacta de este auto-relato es sobre todo la actuación de la institución, casi monolítica para mantener la impunidad del personaje, desde el “eso lo vamos a solucionar”, hasta el culmen: “Esta es la gente que necesitamos”. No podemos saber, porque no nos lo cuenta, cómo fue llevado el juicio hasta llegar al sobreseimiento presidencial pero nos quedan claras sobre todo dos cosas: la arbitrariedad y la citada impunidad. Arbitrariedad en la misma interpretación de un supuesto (o verdadero, para el caso es lo mismo) reglamento, interpretado muy a la ligera en un caso gravísimo, en la decisión, incluso laudatoria, de la máxima autoridad y en la absoluta libertad con la que un uniformado puede ejecutar cualquier delito.

Nuestra conclusión al finalizar el estudio fue precisamente esa: que la ley y los reglamentos pueden estar bien concebidos y resultar respetuosos de los derechos humanos, pero en la ruta de la vida militar circula otra ley no escrita. Esta es la que funciona en la mayoría de los casos, excluyendo ciertamente algunas honestidades por supuesto, y es la que estamos tristemente experimentando cada día en nuestra actual realidad nacional.

¿No es por esta vía por la que discurre la clásica cabeza de un militar? Si esto es así, y creo que lo es, no podemos, ni debemos, esperar una real liberación de esta opresión por su medio.

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