En 1985 el gobierno de Jaime Lusinchi, en contra de toda lógica y para beneficio de unos cuantos avispados, mantenía el control de cambio, la medida que había encontrado Luis Herrera para detener la fuga de capitales ante los primeros indicios de inflación y de una crisis de deuda externa y balanza de pagos que la realidad mostró con rudeza. El efecto Tequila había sido un verdadero terremoto en México y las réplicas se habían sentido en toda América Latina.

Buscaba recuperar los equilibrios, que no era otro camino que tratar de devolver a la Gran Venezuela que había impuesto Carlos Andrés Pérez entre 1974-1979 azuzado por Gumersindo Rodríguez y los altos precios del petróleo.

A mediados de la década de los ochenta, la mayoría de los surcoreanos eran pobres, no tenían estudios y estaban apegados a las tradiciones y vivían bajo una dictadura militar. A Venezuela vino una misión a presentar los proyectos de diversificación que se disponían a emprender Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong. Entonces naciones insignificantes. Nadie les prestó atención, y para muchos pasó como más propaganda anticomunista.

El tiempo y los resultados demostraron que eran proyectos serios. Hoy Corea del Sur es una potencia económica y sus ciudadanos figuran entre los más educados del mundo y viven bajo un sistema político estable, comparativamente democrático y liberal.

Los venezolanos se dedicaron en los siguientes quince años a discutir y presentar un proyecto de reforma de Estado que la dirigencia política descartó. Se ocupaba, sí, y con esmero, a escandalizar con casos de corrupción que nunca llegaban a nada y a crear ilusiones con “la democracia verdadera” y la “justa distribución de la riqueza”. Daban por descontado que el país era muy rico y que solo bastaba con darle a cada quien la parte que le correspondía mediante la receta del socialismo para vivir en el mejor de los mundos.

En 1988, con la promesa de que no se arrodillaría ante el altar del liberalismo, Carlos Andrés Pérez ganó las elecciones y se dispuso, en contra de lo prometido, a dar el Gran Viraje, a tratar de recuperar el rumbo que se había perdido gracias a los controles de precios, los subsidios, las estatizaciones, el endeudamiento descomunal y el ‘tá barato dame dos. Corea del Sur, en cambio, se anunciaba como una potencia. Ese año organizó los Juegos Olímpicos y la ciudad de Seúl experimentaba un sostenido crecimiento. Mejoraron los salarios y las oportunidades de educación y vivienda. Las exportaciones de bienes intermedios representaban 60% del PIB, y estaban dirigidos a las cadenas de producción de China y Estados Unidos.

Aunque la apertura de Pérez fue incompleta, solo tocó el comercio y la producción y el sistema financiero continuó con sus malas prácticas, en 1992 el PIB crecía a un ritmo envidiable: 9,7%. Insatisfecha, la población quería que se reanudara el reparto, repetían con los políticos que los resultados que anunciaba el gobierno no se reflejaban en su cotidianidad, era la palabra que se utilizaba. Con las insurrecciones militares de febrero y noviembre de 1992, el gran viraje queda suspendido y la economía retrocede. Se mantiene la producción petrolera, pero hay un bajón en los precios.

En las elecciones de 1993, las opciones modernas y más jóvenes prefirieron masajearse el ego antes que reconocer al otro como el líder para proseguir el camino de la producción y el progreso, le dieron paso a un anciano pleno de buenas intenciones y honestidad, pero desfasado. Intentó la vuelta atrás, pero la realidad lo obligó a darle el timón de la economía a Teodoro Petkoff, que en contra de lo que había defendido toda su vida, puso en marcha un programa de apertura que funcionó e impidió que la República se perdiera en manos de Rafael Caldera. Ante la opción democrática de Henrique Salas Römer y el abismo que anunciaba Hugo Chávez Frías con su incontrolado todavía tic nervioso, el mismo número de electores que antes había votado por Lusinchi decidió el rumbo del país en las próximas décadas. Con el engaño de que la situación nunca iba a empeorar más de lo que estaba, autorizó al chafarote a cambiar la Constitución y a reelegirse indefinidamente; también celebró la reestatización de la Cantv y de Sidor, así como la expropiación de fincas y empresas junto con el estrangulamiento de las universidades, entre otros muchos desafueros. Para colmo, votó por Nicolás Maduro como agonizante Chávez se lo imploró desde el fondo de su corazón para que siguiera su legado.

Hoy, después de 20 años del “cambio de paradigma” que permitiría un país potencia, el sueldo mínimo del venezolano no llega a siete dólares, campea el desempleo, la educación es un desastre generalizado y hay una crisis humanitaria de salud y alimentación. Niños y ancianos mueren de hambre o por falta de antidiarreicos. En Corea del Sur el crecimiento del PIB se mantiene por encima de 2% y un trabajador cobra 7,12 dólares por cada hora de trabajo, el desempleo no llega a 5%, mientras que sus expectativas de vida aumentan cada día. Nadie les ofreció reparto equitativo de las riquezas, sino disciplina, educación y esfuerzo. Presto manual de servidumbre exitoso.


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