Cuando Venezuela prácticamente iniciaba su vida republicana, después de su desprendimiento de la Gran Colombia, con José Antonio Páez como líder dentro de los contratiempos propios del caudillismo sustituto de la monarquía española, en la década de los años treinta, cuarenta, sesenta del siglo XIX el Viejo Mundo atendía  dinámicas del comercio mundial con continentes como el asiático. Las guerras del opio como se les conoce; la primera de 1839 al 1842 entre China y la Gran Bretaña; y la segunda con participación de Francia, de 1856 a 1860, nos llaman a una interesante reflexión sobre cómo terminarán por producirse, en los próximos años del presente siglo XXI, las confrontaciones mundiales, esta vez entre países aliados con trasnacionales del crimen, por el control del narcotráfico mundial y la administración de los ingentes recursos financieros que este produce.

Desde Colombia, por ejemplo, se mandan hoy día miles de toneladas de cocaína a Norteamérica y a Europa, en una situación de equilibrio entre demanda, producción, comercialización y sucios manejos financieros, de lo que se establece como una alianza internacional entre sectores criminales, con cada eslabón de la cadena delictiva.

El informe de 2016 de la Oficina de la Naciones Unidas contra la droga y el delito revela que el panorama sostenido de consumo porcentual al crecimiento poblacional es una cifra creciente que ya para 2014 era de unas 247 millones de personas que al menos una vez, de acuerdo con los datos conocidos o establecidos por los propios países, había consumido drogas. Eso representa que 1 de cada 20 personas de la población mundial, entre 15 y 64 años, contabilizadas como adultos, consumieron drogas al menos una vez. Desde 2006 hasta 2014 aproximadamente 40 millones de consumidores se agregaron a las nefastas estadísticas.

Venezuela acaba de presenciar cómo dos sobrinos, estimados por crianza como hijos de la pareja presidencial-dictatorial de este país, han sido condenados a 18 años y 2 meses por haber conspirado para traficar cocaína e introducirla al mercado norteamericano. Nos preguntamos: ¿Son solo estos dos jóvenes venezolanos, ahora criminales convictos, los que sucumbieron en la pérdida de valores de sus familias? ¿Qué hay de la responsabilidad de los padres en la grosera corrupción y ejercicio despótico del poder que  corrompe todo su entorno? ¿Cuál es el rostro oculto detrás de la pérdida de valores dentro de ciudadanos de los países que participan de esta decadencia de la salud emocional, física y moral de los pueblos? ¿Cuáles son las conexiones de todos a su alrededor que no solo permitieron sino que participaron como cómplices necesarios mediante el uso del poder del Estado venezolano para que se obtuviese dinero fácil?

Entre los objetivos del desarrollo sostenible para los países, establecido por el Informe 2016 de la Oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito,  anteriormente mencionado, está el “fortalecer la prevención y tratamiento del abuso de sustancias adictivas, incluido el uso indebido de estupefacientes”. La comunidad internacional debe dejar ya la tibieza de su reacción ante temas tan prioritarios de atención como es combatir los regímenes dictatoriales, sea de América, África o Asia que, junto con sus cómplices internacionales, promueven la actividad de producción, comercialización y consumo, a gran escala, de estos que  se podrían llamar “negocios malditos de la droga”; alterando la normalidad del más importante recurso de todos y cada uno de los países del mundo: ¡ los ciudadanos sanos y productivos!

Creemos que solo con decisiones ejemplares y fuertes, de amor y de firmeza, la comunidad internacional hará posible rescatar del secuestro a países que, como es hoy el caso de Venezuela, están bajo el yugo de sistemas de esclavitud del ser humano mediante la promoción de dependencias de todo tipo. Dependencia del ciudadano al Estado comunista en los rostros del castrismo-cubano, comercializador y capo financiero mayor de negocios sucios en Venezuela, por ejemplo, que con el hambre y la repartición de unas bolsas de alimentos subyugan permanentemente al venezolano, quien antes, a pesar de cualquier carencia existente, ¡era libre! La dependencia de la droga, con una Colombia productora poniéndose en manos de un muy riesgoso experimento de paz con la narcoguerrilla, sin que se haya hecho justicia verdadera ante los crímenes antes cometidos. Los rostros de los que hoy detentan poder militar en un narcorrégimen venezolano que se presta para que el delito y la droga muestren su peor rostro con la muerte de miles de niñas y niños, jóvenes y ancianos, bajo la indolencia de un sistema mundial de consumidores, productores y comerciantes de esas sustancias antiamor en que se constituyen las drogas. ¡Todo en algún momento se paga! «Por estas calles», como lo ha dicho el poeta Yordano Di Marzo,  ¡veremos los rostros ciudadanos libres nuevamente! 

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