Que la ética y la moral, digamos: la decencia, están absolutamente reñidas con los regímenes tiránicos no requiere de mayores pruebas: basta constatar el abismo insuperable que separa la voluntad desquiciada del tirano, el sátrapa o el dictador –tres nombres para una misma función– de la voluntad popular, que como dice la tradición occidental desde tiempos romanos es la voluntad de Dios, para llegar a la conclusión de que los caminos que se encontraron hace un cuarto de siglo en uno de los momentos más confusos y sórdidos del extravío espiritual de los venezolanos terminaron de bifurcarse para siempre. Si en democracia el amor se expresa y constata en las urnas, 10% de participación electoral, siempre asegurado por los siervos y esclavos de la gleba al servicio del tirano, es la prueba fehaciente de que el pueblo venezolano no solo dejó de amar todo lo que huela a chavismo, a revolución bonita, a castrocomunismo y a demagogia y caudillismo militarista, sino que llegó a los matarifes alrededores del odio social, el desprecio y el ninguneo. Los venezolanos que un día fueran chavistas y creyeran en Hugo Chávez o están muertos o ya sobreviven en tan escaso número que el régimen bien puede darse por huérfano de respaldo popular. No tocó techo, que está en descampado: tocó fondo, que ya pisa las honduras del abismo.

Y como parte de ese pírrico y escuálido 10% está constituido por “los opositores de siempre”, esa zarrapastra política ya hedionda a formol y creolina de los tontos electoreros de la oposición oficialista, ese amasijo de estupidez del Frente Amplio, el Grupo de los 4 o como quiera llamarse a la viruta y la polilla que dejara la Mesa de Unidad Democrática y aporta su granito de desatino al extravío del castrocomunismo de tercera que nos abruma, bien puede llegarse a la conclusión de que la clase política –de Maduro, Cilia y el PSUV a Henry Ramos Allup, Manuel Rosales y Henri Falcón– yace exangüe al borde de la autopista. En Venezuela, señores políticos, se acabó lo que se daba.

Y que nadie culpe al abstencionismo de esta debacle ominosa. Convóquese a un plebiscito nacional para que el pueblo decida y elija un gobierno de salvación nacional, y las cifras del 16 de julio serán fácilmente ultrapasadas. No quedará un alma sin expresar su voluntad. Y como esa cifra debe sumarse a los 4 millones de la estampida, no habría una participación inferior a los 10 millones de votantes. ¿Por qué el escualidismo opositor oficialista no cura sus heridas, ya agusanadas de tantas derrotas autoprovocadas, y convoca a ese plebiscito? ¿Por qué no asume la tarea de designar una junta patriótica o un gobierno de salvación nacional, si para ello la Asamblea Nacional, elegida en otros tiempos por quienes este domingo no fueron a votar, tiene todo el derecho y todas las potestades? Por una razón muy simple: porque a esa oposición escuálida y patética no le interesa salir de Maduro y del régimen. Digamos: del malandraje que asesina a nuestros peloteros, vende nuestras riquezas a rusos, turcos y chinos, conduce a la muerte a nuestros hijos, empuja al destierro y mata de hambre y miseria a los desheredados del Señor. Porque esa oposición oficialista ya es un apéndice de la dictadura.

Que el tirano no toque trompetas y ordene resonar fanfarrias creyendo que el 10 de enero asume por otros seis años. Si nadie reconoció las presidenciales y le vio el hueso al fraude continuado que nos ha arrastrado por el lodo, esta debacle refuerza su absoluta ilegitimidad. Para entonces, de quienes llamaron a votar no podemos esperar otra cosa que el silencio aprobatorio o el incondicional respaldo. Como lo escribiese George Orwell en su prólogo a la Rebelión en la granja, la traición no tiene regreso. Él no vaciló en calificar de “prostitución” lo que hizo el Frente Amplio, con el turbio respaldo de algunos altos prelados súbitamente extraviados. Leámoslo in extenso, teniendo en mente a nuestros “abajo firmantes”, muchos de los cuales llamaran a votar: “Ante todo, un aviso a los periodistas ingleses de izquierda y a los intelectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años pueden estar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después pueden volver repentinamente a la honestidad intelectual. Eso es prostitución y nada más que prostitución”.


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