Me encuentro actualmente en México atendiendo compromisos familiares. Mi estadía acá coincide con un hecho histórico importante: la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Sin excepción, todos los medios de comunicación se han volcado sobre el tema, dándole amplia cobertura en sus espacios. Por razones de orden práctico, he seguido los acontecimientos a través de diarios de Monterrey y Oaxaca, y revistas (semanarios) de México, DF, que me han hecho recordar los buenos tiempos de la prensa venezolana durante la denostada IV república.

También escuché con atención el discurso pronunciado por AMLO ante el Congreso, al asumir la presidencia. Al respecto debo reconocer que el mismo cumplió con su cometido político: exponer y prometer lo que la mayoría del pueblo quería oír. Sin embargo, por razones de edad, experiencia de vida y lecturas sobre temas relativos al Estado de Derecho, la economía y la historia política, he de decir que esa singular alocución es, por ahora, una carta de buenas intenciones. Solo al final de este nuevo mandato se constatará realmente qué tan cerca o lejos estuvo el presidente de sus piadosos deseos.

No obstante lo anterior, aprecio que en la prédica de AMLO, así como en sus infinitas declaraciones a los medios de comunicación, hay muchos indicios que me hacen recordar los tiempos de la “revolución bonita” de Hugo Chávez Frías. De entrada nos encontramos con la contundente separación que ha establecido entre la población al calificar a unos como “fifís” y a otros como “chairos”. Los primeros son los integrantes de la clase media (los escuálidos) y lo segundos están representados por la clase popular (los revolucionarios rojos rojitos). En ese sentido, su discurso se ajusta a pies juntillas al canon populista. Según el nuevo presidente, con su elección “ha triunfado el pueblo bueno en contra de la mafia del poder”.

Con el anterior discurso se está muy lejos de reconocer la realidad: que hay bandidos entre los que ejercen el poder político y los que están apartados de ese ejercicio, entre los que están arriba y los que están abajo, y entre los ricos y los más pobres. Pero como París vaut bien une messe, no importa engañar a los millones de incautos que integran la gran masa de electores que de buena fe cree que ellos son los buenos y los otros los malos.

No menos preocupante es la creación por el nuevo Congreso –bajo el control de los partidarios de AMLO– de la figura de los superdelegados, quienes fungirán como enlace entre las secretarías de Estado (ministerios) y los gobiernos estatales. Los partidos opositores y los gobernadores identificados con ellos están plenamente convencidos de que esos superdelegados serán, en la práctica, operadores electorales del nuevo gobierno, pues tendrán el control presupuestal de los programas sociales y la lista de beneficiarios de estos.

Ese es ni más ni menos un esquema equivalente al empleado por Chávez Frías en 2009 –con la creación de Autoridad Única del Distrito Capital– para contrarrestar las competencias de Antonio Ledezma como alcalde del Distrito Metropolitano. En 2012, con la variante necesaria, el líder de Sabaneta limitó la acción de Henrique Capriles Radonski en la Gobernación de Miranda, mediante la creación de CorpoMiranda, simple vehículo para que Elías Jaua Milano –candidato fallido de la misma entidad– hiciera proselitismo político a favor del gobierno.

Otro elemento desalentador de AMLO es la manifiesta intención de apoyar sus decisiones políticas en consultas populares realizadas a troche y moche, sin los controles necesarios que validen su transparencia e idoneidad. A tal respecto conviene aclarar que como demócrata no puedo estar en contra de las mismas; pero es absurdo pretender ejecutarlas sin el rigor técnico y la escrupulosidad requerida en casos complicados y particularmente riesgosos, tal y como ocurrió con la decisión de parar la construcción del Aeropuerto Internacional de México en Texcoco, cuando ya se ha ejecutado cerca de 30% de la inversión.

La realidad mexicana fue retratada por el historiador y economista Daniel Cossío Villegas (1898-1976), Fundador del Fondo de Cultura Económica y autor de Historia moderna de México, en una frase elocuente: “Más de una vez he intentado explicar este extraño y doloroso fenómeno histórico: la incapacidad de México para avanzar simultáneamente hacia la libertad política y el bienestar material para todos”. Y más recientemente un colega mexicano concluyó su artículo sobre la nueva realidad política de su país de esta manera: “México tiene mucha pobreza que debe abatirse. Pero tiene gran riqueza que debe mantenerse y no disminuirse, ni repartirse en la irresponsabilidad”. Esos son los verdaderos retos que tiene el presidente ante sí.

Tenemos que reconocer que la “revolución bonita” no ha llegado todavía a México, pero el horizonte nos muestra la presencia de algunos nubarrones. Esperemos que el nuevo gobierno transite a través de ellos y alcance la anhelada tierra prometida.

@EddyReyesT


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