Por Lonis Chacón

La gestión escolar ha ido evolucionando a la par de los fundamentos epistemológicos del pensamiento de la administración general, que va desde las teorías duras hasta las teorías blandas, que toman más en cuenta al ser humano y su interrelación con los otros. Durante el siglo pasado surgieron nuevos paradigmas que rompen con estos esquemas y muestran nuevas tendencias administrativas, planteadas como fundamentos no solo para el manejo de organizaciones, sino para el manejo personal, es decir, pautas para desarrollar y progresar el talento humano.

Uno de los desafíos de la gestión escolar en el siglo XXI consiste en lograr un cambio actitudinal en los directivos, además de integrar los aspectos tanto internos como externos que afectan o de alguna manera se involucran en la organización, pero para lograrlo es necesario que cada miembro de la organización se comprometa con asumir su responsabilidad ética y compromiso con el otro. Asimismo, debe estar atento a los cambios, problemas y buscar las alternativas que coadyuven a erigir una cultura de calidad de la educación.

Tal desafío reside en desprenderse de las antiguas concepciones administrativas que se dedicaban a crear estructuras burocráticas, jerárquicas, rígidas y mecanicistas buscando únicamente resultados operativos, haciendo de las organizaciones débiles y renuentes al cambio. Este tipo de concepción debe ceder su espacio a organizaciones inteligentes, proactivas, dinámicas, creativas, descentralizadas, desconcentradas, en las cuales la participación y el protagonismo humano sea una pieza clave y fundamental para el logro de los objetivos comunes.

Por otra parte, las organizaciones educativas se ven obligadas no solo a producir, sino a innovar sus procesos y a mejorar sus servicios por medio de la instalación de nuevas tecnologías y de la capacitación, haciéndolas más profesionales y sostenibles en el tiempo. Esto implica enfrentarse a una sociedad compleja de lo local a lo global y viceversa, en donde una institución fragmentada no estaría en capacidad de afrontar retos y desafíos que se le presentan. Por esto, todos los miembros de la comunidad educativa deben adecuarse y unir sus saberes, compartirlos con otros, para así enfrentar los problemas o realidades cada vez más complejas, multidimensionales y globales.

Tal vez no sea una tarea fácil, pero lo que sí es cierto es que el momento histórico que estamos viviendo en nuestro país ya no es el mismo de antes, nos toca despedir un sistema de gestión escolar tradicional y darle paso a una nueva gestión cónsona con la complejidad del siglo XXI. Actualmente el cambio de paradigma de la ciencia, tal vez sea el cambio más grande que se ha efectuado hasta la fecha. Está emergiendo un nuevo paradigma que afecta todas las áreas del conocimiento. De allí, pues, que no en una época de cambio sino en un cambio de época cambia la manera de pensar, de actuar, en lo económico, en lo político y en lo social.

Por lo tanto, se debe cambiar no como una alternativa más sino como una necesidad imperante, porque de lo contrario estaremos dejando sin futuro a las nuevas generaciones. A lo largo del siglo XX hemos vivido una crisis de nuestro modo de pensar, de nuestro modo de razonar y de nuestro modo de valorar. Esto nos obliga a repensar la gestión escolar con un enfoque distinto, a repensarla de una forma sistémica, humanista, es decir, con un enfoque dialéctico, gestáltico, inter y transdisciplinario, todo lo cual pide una nueva arquitectura.

La gestión escolar del siglo XXI tiene su propia naturaleza, la misión y el deber de enfrentar el caos, de ser sensibles a los signos de los tiempos y de formar las futuras generaciones en consonancia con ellos, dada la responsabilidad que tenemos en la formación del otro y los otros.

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