Amputados en su orgullo, los rusos quieren reverdecer laureles. Fue demasiado difícil asumir la muerte del imperio soviético. En tan solo nueve meses sus quince repúblicas recobraban su libertad después de setenta años de una dictadura feroz, iniciada como bloque el 29 de diciembre de 1922. La mayoría de los antiguos integrantes trató de borrar décadas de oprobio para irse sumando a la expectativa democrática. La madre Rusia, sin embargo, quedó como ensimismada por el sacudimiento que hizo de su influencia un vodka con amargura de origen. Teniendo los miembros castrados, con una crisis económica que los miró en el espejo de sus contradicciones, logró sobrevivir como un relicario de románticos proxenetas del socialismo de culto. 

La llegada al poder del antiguo jefe de la KGB Vladimir Putin en el año 2000 trae consigo los sueños de reconstruir el liderazgo de la extinta unión Soviética. Disfrazado de demócrata transformó el conformismo militante en ganas de revancha, conociendo que Europa vigilaba sus pasos buscó en América su reinserción en el mundo del fraude cautivante. Era retornar al escenario que habían dejado en Cuba después de la caída del Muro de Berlín.  En 1962, en el hotel Nacional de La Habana, se reunían Fidel Castro y premier soviético Nikita Jruschov, al convite llegó un enojado Ernesto «Che» Guevara, quien le dijo al líder cubano: «Qué pasaban de un imperio a otro», que terminarían siendo títeres del juego de los intereses.

El 22 de octubre de 1962 se inició un grave conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética al denunciar Kennedy que los soviéticos estaban construyendo bases de misiles ofensivos en Cuba y exigir a la Unión Soviética que las desmantelara y retirara los misiles. Al mismo tiempo declaró que las fuerzas navales estadounidenses bloquearían la isla interceptando e inspeccionando los cargamentos de los barcos que navegaran rumbo a Cuba. Durante algunos días la guerra pareció inminente, pero al final de la semana Jruschov aceptó desmantelar las bases y permitir la inspección estadounidense in situ a cambio de la garantía de Estados Unidos de no invadir la isla. Al final, el colapso del comunismo los ubicó entre las víctimas de su propio veneno.

En la última etapa quieren iniciar la reconquista del tiempo perdido. Su primer paso fue ir como observador al Foro de Sao Paulo. Esta colectividad de pensamientos recalcitrantes, presentados en moldes del idealismo perfumado de supercherías revolucionarias, los recibió como los mensajeros del mundo en llamas que regresaba por el trono caído ante el capitalismo. Los líderes de izquierda se regocijaban con el hermano lobo disfrazado de reconvertido demócrata. La estrategia comenzaba por un continente que ama a los viejos fantasmas, descorcha el champagne para brindar por las ideas retorcidas, fue así como Rusia consiguió ser huésped de proyectos nacionales que preconizaban rescatar de su ataúd al socialismo muerto.

Al llegar al poder diversas formas del edulcorado comunismo, los rusos sintieron que volvían los años de sus marchas triunfales en el centro de Moscú. Ahora planea, según informaciones propiciadas por la agencia de noticias Daily Mail, tener planes de establecer su primera base militar en el Caribe, lo cual se habría acordado con el régimen de Nicolás Maduro. Se destacó que el país europeo habría seleccionado la isla de La Orchila, la cual está ubicada a 125 millas al noreste de Caracas, para que esta pueda ser una base militar hasta por 10 años. Ya existen en Cuba y Nicaragua propuestas parecidas. Rusia quiere regresar al escenario universal, tal como lo hacía hace algunas décadas. Su presencia en territorio venezolano es una intromisión inaceptable, es la confesión del tutelaje que ejerce sobre Nicolás Maduro y sus secuaces. Es la más asquerosa de las traiciones que gobierno alguno puede realizar.

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