En “La conjetura Lorca”, artículo publicado aquí mismo en El Nacional, el pasado 1° de diciembre de 2017, afirmé que la actual «razzia» contra la corrupción que materializa el gobierno de Nicolás Maduro cae dentro de lo que R. Kent Weaver llamó la política del evitamiento de la culpa (The politics of blame avoidance, 1986). También afirmé que dicha razzia es un indicio de que su manual conductual y operativo es, en esencia, El príncipe de Niccolo Machiavelli, el manual de la política sin ética. Mi artículo dejó abierta la posibilidad de ahondar un poco más en el tema que gira en torno a Maquiavelli y aquí les expongo el primero de dos artículos más.

Mi tesis es que para entender las flores hay que entender primero las raíces. Luego, para entender a Machiavelli hay que pasar por entender dos cosas. En lo macro, el Renacimiento. En lo micro, el contexto político italiano en el que vivió.

Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, en lo adelante Maquiavelo, nació en el pequeño pueblo de San Casciano in Val di Pesa, a unos quince kilómetros de Florencia el 3 de mayo de 1469 y fue precisamente en Florencia donde nació y se desarrolló el movimiento que posteriormente se extendió a toda Europa: Rinascita, término acuñado por el arquitecto, pintor y escritor italiano Giorgio Vasari (1511-1574).

El Renacimiento es el período puente entre la oscura Edad Media y la Edad Moderna. Unos historiadores ubican su inicio con la invención de la imprenta, por Johannes Gutenberg en 1440. Otros ubican el inicio en 1453 con la caída de Constantinopla y finalmente, otros afirman que se inicia en 1492 con el descubrimiento de América. Parece haber un mayor consenso en torno a su finalización: en 1789 con la Revolución francesa. De modo que, para las primeras dos fechas, Maquiavelo no había nacido aún y para la tercera, contaba con 23 años.

El mundo medieval venía en decadencia por muchos hechos entre los que destacaré dos: el debilitamiento de la Iglesia católica a causa de los cismas y los movimientos heréticos, mismos que darían origen a la Santa Inquisición por un lado y a la Reforma protestante por el otro y la decadencia de las artes y las ciencias, en el marco de una escolástica con divergencias fundamentales. La escolástica era una corriente teológica y filosófica basada en la coordinación entre fe y razón pero subordinando siempre está última a la primera. Así, mientras el dominico Tomás de Aquino (1224-1274) era partidario de conjugar razón y fe (filosofía y teología), el franciscano Guillermo de Ockham (1280-1349) propiciaba la separación entre razón y fe afirmando que para conocer a Dios solo puede servir la fe. El caso es que poco a poco comienza a surgir toda una visión, y una práctica, que retorna hacia los ideales griegos y que se aleja de Dios y de una religión intoxicante, guerrera, persecutoria y, paradójicamente, inhumana, para acercarse más al hombre.

Con relación al contexto político en el tiempo de Maquiavelo hay que decir que este se sentía un patriota: le dolía el estado de decadencia política y moral de Italia. La península italiana se encontraba desintegrada políticamente y dividida por los Estados pontificios y las eternas disputas papales. Tal división alentaba desórdenes internos y que los extranjeros la invadieran para disputarse su territorio. Maquiavelo soñaba con que Italia se convirtiese en un Estado fuerte y poderoso como en la época lo eran España, Inglaterra o Francia. Así las reflexiones políticas de Maquiavelo reflejan lo que era y lo que quería: un instrumento para conseguir esa meta.

Maquiavelo escribió El príncipe en 1513, a la edad de 44 años. Es el creador de la corriente llamada realismo político, enfoque propio caracterizado por dos elementos: finalidad y método. En cuanto a su finalidad, la política es el ejercicio eficiente del poder, es decir, un ejercicio que desemboca en un Estado fuerte, bien ordenado, estable y que garantiza la seguridad, la vida y la prosperidad de los ciudadanos. En cuanto al método, se basa en un pesimismo fundamental sobre la naturaleza humana, pesimismo más que evidenciado en la superada Edad Media y los sucesos contemporáneos que el propio Maquiavelo vive: el hombre es por naturaleza perverso y egoísta, inclinado a la codicia y a la violencia, solo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder sobre los demás.

De modo que dada la perversa naturaleza humana, si se quiere ser eficiente hay que seguir ciertas reglas, ciertos criterios técnicos, mismos que no pueden ser criterios morales porque para ser eficiente hay que ser flexible, es decir pasar del bien al mal según las circunstancias lo ameriten y los criterios morales no permiten tal flexibilidad. Uniendo los dos elementos, Maquiavelo concluye que solo un Estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin escrúpulos morales, puede garantizar un orden social justo que frene la violencia humana.

Ahora bien, si es cierto que hay indicios de que el manual del gobierno es El príncipe, entonces lo más natural y lógico es que lo evaluemos en el marco de dicho manual. Entonces, a la hora de juzgar la acción del gobierno hay que atenerse a los resultados de su acción y no a las intenciones que la inspiraron. Por lo que la frase el fin justifica los medios –que por ningún lado escribió Maquiavelo y que se le endosa sin misericordia– habría que transformarla en esta otra: el resultado justifica los medios.

Aun así, es decir, aun desde la perspectiva de la eficiencia «maquiavélica», la evaluación de los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro arroja como resultado que han sido ineficientes: nunca garantizaron ni la seguridad ni la vida ni la prosperidad de los ciudadanos venezolanos. Los resultados de estos dos gobiernos no justifican los medios empleados. Paradójicamente hablando, los medios sí explican sus inexistentes resultados.

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