Y me pregunto: Tolstoi ¿tenía razón en predicar la resignación mansa y cristiana, la inercia enervadora, la pasividad trágica y enorme ante la perdurable corriente de las cosas y hechos malignos? Y cuando he formulado esta pregunta veo que allá, en mi fuero interno, acaba de ser planteada la eterna cuestión del placer y del dolor, de la bondad o maldad del mundo, del pesimismo o del oportunismo, que trae divididos y encontrados a los filósofos desde siglos y siglos. Tolstoi, opino yo, fue un pesimista bondadoso y afable.

Hay pesimistas por sistema y pesimistas por temperamento; los primeros viven bien, tienen acaso una excelente mujer y unos niños cariñosos, pero se empeñan en ver el mal sobrepuesto y dominando al bien. ¿Por qué? Los segundos no tienen sistema, no tienen plan, no tienen tal vez una metafísica propia, no poseen acaso una cosmogonía peculiarísima; pero han vivido en lucha áspera con las pequeñas contrariedades de la vida; tal vez la naturaleza les ha tratado cruelmente al formarlos y ellos se sienten humillados entre sus semejantes; acaso una mujer les burla; quizá un amigo les traiciona. ¿Cómo se explica el pesimismo de Flaubert, solitario, aislado en su casa de Croiset? Y así de muchos escritores, como Leopardi, desdeñado, vejado por los vecinos de este pequeño pueblo de Recanati, de donde no podía salir por más que luchara y forcejara.

Si ustedes, amigos lectores, se explican todo esto, pasaré adelante y les diré que no es tan comprensible el pesimismo de Tolstoi, esto es, el de Tolstoi y el de todos los que lo toman como sistema. Porque el pesimismo y el optimismo no pueden ser sistemas; son modalidades psicológicas, congénitas, innatas, indestructibles. No se puede variar naturalmente el color de los cabellos, como tampoco la estatura, ni la complexión anatómica y fisiológica, como no es dable, ni lo será jamás, el hacer que nuestro espíritu contemple alegre o triste los hondos problemas del país, del universo y de la vida.

Por ejemplo, en la Venezuela actual, ¿qué es lo que domina realmente en la vida: el placer, el dolor? ¿Qué se lleva más parte de nuestras emociones y nuestro tiempo: la angustia o la alegría? Contestaré sin vacilar que el dolor es el que sacude más perdurablemente nuestros nervios y ocupa más largas horas en nuestra momentánea existencia sobre el planeta. El placer ocupa poco tiempo, pero no placeres tangibles y violentos, sino de otros más etéreos, tales como los de pensar, de emprender, de amar y de accionar. ¿Acaso hay un placer más intenso que el de la acción, el de la lucha?

Y bien, Tolstoi nos dice: “No se muevan, no luchen, no protesten la iniquidad reinante, no rechaces la agresión con agresión, no lances anatemas, no enardezcas los corazones, no pongas centellas de ira en los ojos. Sed humildes, sed resignados, sed benignos; a la larga, el reino de la Tierra será de ustedes. La paz y la ventura del porvenir no son de la violencia”.

Pero nosotros los venezolanos que no vivimos en el porvenir podemos contestarle al gran anciano: nosotros no queremos ser sumisos, resignados, inactivos; lanzaremos y defenderemos nuestras ideas en pugna, sobre todo, libertad, justicia y prosperidad, trataremos de que no impere en nuestro país un régimen que nos oprime y explota, que nos empobrece y maltrata; las leyes que nos aprisionan y atosigan las derogaremos con nuestro ímpetu civilizador; somos innovadores, decididos, pero no bárbaros como los del gobierno; somos tempestuosos y audaces. Y supuesto que con la fuerza se nos oprime, a la fuerza deberíamos recurrir para lograr nuestra resurrección definitiva.

Y he aquí cómo yo, que había comenzado triste este artículo y descorazonado por la masacre de El Junquito (mataron el cuerpo, pero no el alma), he terminado impetuoso y vibrante, blandiendo mis ideas contra esos malsines y felones de hogaño, máxime cuando cunde la rutina, la iniquidad, la intolerancia en los medios, la mentira, la destrucción del país, el terrorismo de Estado, la violencia oficial. Algunos amigos me preguntan si sé cuáles preces eleva la Iglesia para superar este insoportable estado de cosas.

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