I.

Al fin tuvieron lugar las elecciones de concejos municipales, con un año de retraso y tras dos convocatorias fallidas. Sin mayores explicaciones, el CNE decidió, así pues, que tuvieron lugar el pasado domingo 9 de diciembre. Las mismas transcurrieron marcadas por diversas irregularidades –en este sentido puede consultarse en Internet el informe elaborado al respecto por el Observador Electoral Venezolano (OEV)–, replicando lo ocurrido en los eventos celebrados a partir de la creación de la asamblea nacional constituyente (ANC) que, en el ámbito electoral, tomó para sí decisiones importantes, indudable competencia legal del CNE. El pasado domingo no fue, por tanto, sino el último día de un proceso indebidamente conducido, desde que fue convocado

II.

Los resultados oficiales mostraron, como dato más importante, una gran abstención, por encima de 70 %, la segunda más alta en los últimos veinte años, ligeramente inferior a los comicios celebrados en 2.000. Cierto que la cifra se puede tratar de explicar por el hecho de que, en la cultura política nacional, estos comicios son estimadas como de poca significación. Cierto, incluso, que en algunos sectores posiblemente haya permeado la idea de que estos organismos serán reemplazados, o minimizada su importancia, por la figura de las comunas colocada, según es rumor, en la nueva constitución que cocina a fuego lento y en la clandestinidad la ANC.

Pero si se ven estas elecciones junto a las que se han realizado últimamente, también con muy poca afluencia de votantes, pareciera que la explicación debiera tener otros ingredientes. Uno de ellos es, sin duda, la desconfianza que se ha sembrado en torno al sufragio, vistas las transgresiones en que incurre el árbitro electoral, al obrar casi de espaldas a los criterios que postula el manual universal de las elecciones limpias. Pero junto con lo anterior habrá que considerar, además y en grado aún más relevante, un creciente escepticismo político que ha llevado a muchos venezolanos a alejarse de las urnas y a hacer suya la perorata de la antipolítica. En fin, la abstención no fue tanto un acto de protesta ciudadana, como de displicencia y desconcierto políticos.

III.

Así las cosas, lo acontecido el domingo pasado no es una buena noticia para nadie. No lo es para el gobierno del presidente Maduro, a pesar de que el oficialismo logró una mayoría holgada de los concejales, con lo que pasa a tener control casi absoluto de todos los cargos de elección popular, un control que, por cierto, no guarda ninguna relación con el apoyo popular, muy venido a menos. En efecto, los votos obtenidos, es preciso tenerlo en cuenta, son no solo, pero sí principalmente, generados por una maquinaria partidista bien aceitada y, simultáneamente, de medidas populistas mezcladas en dosis importantes de presión a través de distintas vías, y con el carnet de la patria sembrando la impresión de que Estado te vigila, según lo escribió Orwell y como efectivamente ya lo hacen, gracias a la magia del big data, en China y en otros países. La precaria, y encima discutible, victoria aritmética conseguida hace unos días no hace sino reiterar, entonces, lo que se viene asomando en los últimos tiempos, esto es, el debilitamiento de un proyecto político que ya no deja ver ningún futuro medianamente aceptable, a cuyo cargo se encuentra un gobierno engañoso que habla en modo revolucionario y actúa en modo Arco Minero y, encima, es visiblemente incompetente en la tarea de lidiar con una crisis que agobia a la gente y solo cambia para ponerse cada vez peor, a ritmo de hiperinflación.

Los números del pasado domingo son mala noticia también para la oposición, que no ha sabido recoger el disgusto de la mayoría de los venezolanos con la actual gestión gubernamental, que no ha logrado leer adecuadamente la realidad nacional ni, en consecuencia, conseguido armar una estrategia común que le muestre a la gente una opción políticamente viable y convincente. De paso, frente a la actual situación del país, alegar diferencias para no unirse, es, por decirlo de manera elegante, de una sofisticación ¿estratégica? inexplicable.

Pero lo sucedido es, sobre todo pésima noticia para el país, porque prolonga y empeora sus graves dificultades, a la par de que lo deja sin puertas de salida a la vista. Hay, así pues, que resetear urgentemente la política, devolverle su eficacia, no digamos su dignidad, para despejar el horizonte de esta sociedad, cuyos habitantes se encuentran –todos, sean cuales sean sus preferencias ideológicas y si votan o no votan–, cada vez más abrumados por la sensación de que su vida discurre en una calle ciega.


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