Recuerdo como si fuese ayer, allí en la antesala del ministro de Estado para la Planificación, Cordiplan, su figura siempre enjuta, su vestimenta rigurosamente oscura y su enorme personalidad arropada por humildad y fascinante sencillez.

Lo había conocido años atrás como estudiante de ciencias económicas presentado por mis antiguos compañeros de colegio que entonces eran sus alumnos y él su profesor dilecto a pesar de su juventud.

Meses después recibí su invitación para participar en una suerte de taller seminario que bajo su dirección reunía a jóvenes en plena formación profesional para transmitir cultura complementaria a quienes manifestaban preocupación por los campos menos transitados en los cursos formales, como el desarrollo o, mejor dicho, subdesarrollo social, la política vista de ángulos no doctrinarios ni dogmáticos y además quehaceres abandonados por las élites criollas. Era su manifiesta preocupación por la formación del talento hasta lograr su máximo potencial.

Era casi religiosa la dedicación a la juventud, al rescate de valores y empuje por la convivencia social bajo el respeto a las leyes. Tal vez de allí, al mezclar sus propias habilidades, descubrió un camino nuevo y original para impulsar el desarrollo.

Mientras esperábamos nuestros correspondientes turnos de presentación de cuentas ante el ministro, el inquieto economista, director de Planificación de Cordiplan, me comentó que llevaba semanas proyectando un sueño pero que hasta entonces no había logrado apoyo ni interés ni entusiasmo, pese a haberlo planteado a personas de gran capacidad intelectual, buena educación y cultura.

No resistí la curiosidad de indagar sobre este proyecto que por el preámbulo parecía ser complejo, pero, sobre todo, de originalidad que atrae a quienes están dispuestos a ensayar nuevas rutas.

La idea me pareció realizable, me entusiasmó al punto de convencimiento y compromiso. Era fácil cumplimentar el propósito, pues para ese mismo momento yo, joven e idealista, acepté el reto como secretario ejecutivo del Programa de Becas Gran Mariscal de Ayacucho. Para echar a andar el proyecto solo se requería un aporte inicial y becar a 50 jóvenes.

El economista se transformó en músico y ambos convencimos a un verdadero visionario, el presidente Carlos Andrés Pérez, quien por intermedio de su planificador genial, el ministro Gumersindo Rodríguez, autorizó becar a esos jóvenes y formar la primera Orquesta Juvenil de Venezuela. Era unánime aceptar como prioritaria el área cultural.

Nació y creció la criatura, hoy admirada por el mundo. La lección más importante fue su ejemplo de vida, un hombre sencillo. “Res non verba”, pudo ser su lema, lamentablemente, otros han querido cubrirse con esas glorias ajenas, como si poniéndose la chaqueta tricolor les concediera la paternidad de ese esfuerzo, ellos son “verba non res”.

Adiós Maestro, gracias por dejarnos tu obra.


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