Sin pecar de ingenuidad creo que el régimen que aún gobierna Venezuela ha sufrido dos de sus más grandes golpes. El primero, la estampida de los militares, el abandono de la obligación de proteger a su presidente ante la amenaza no materializada de una explosión; y el segundo, la confesión de Juan Requesens en claro estado de pérdida de conciencia, actuando bajo el efecto de las drogas, es decir sin ser doblegado, sin que renegara racionalmente de su compromiso moral con el país. Si a él debieron darle alguna sustancia para que “confesara” es sencillamente porque no pudieron obligarlo a declarar desde la integridad de su ser. Por ello, los hombres abyectos que lo mantienen prisionero recurren a la mayor perversión, drogarlo para anular su conciencia y hacerlo actuar a su gusto, traicionar su compromiso con el país. El padre de Juan Requesens por eso señaló: “Ese no es mi hijo”, y tiene razón, no es Juan hablando desde su fuero interior, es algo así como una voz apoderada de su imagen física. Asombra la miseria humana de Jorge Rodríguez anunciando al país que su prisionero confesó. Este “psiquiatra” sabe muy bien que Requesens nunca confesó, que exhibieron una figura, un espectro bajo los efectos de drogas.

En todos los horrores de los procedimientos nazis conocidos nunca habíamos encontrado una perversidad mayor, pues se trata de entrar en los pliegues profundos del alma humana y tramposamente obligarla a negarse a sí misma. Los nazis impartían latigazos, trabajos forzados en el más duro invierno, insultos y descalificación, pero nunca vimos declaración alguna de un prisionero de los nazis glorificando a Hitler bajo el influjo evidente de sustancias químicas.

Si Requesens tuvo que ser drogado para que confesara es porque él decidió ser responsable y fiel a lo que públicamente expresa como el sentido de su vida, que puede diferir de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora a otra hora, pero que él no traicionó nunca. Juan asumió el significado concreto de la vida ante la sociedad y ante su propia conciencia; recurrió a lo que llaman “la última de las libertades humanas”, es decir, la capacidad de “elegir la actitud personal ante las circunstancias”, ser digno de su sufrimiento, amarrarse a la capacidad humana para elevarse por encima del fatalismo. Estar en manos de carceleros descerebrados y sin conciencia que defienden el reino del terror, sin ningún respeto por la humanidad de los seres que caen en sus manos. Es Diosdado Cabello amenazando, garrote en mano, a cualquier ser que ose socavar su nefasto poder destructivo.

Requesens tiene que haber usado su última libertad para que los carceleros decidieran usar este procedimiento que supera las torturas nazis. Matar el ser de la persona.

El psiquiatra del grupo debe haber sido el autor de la receta. Sabía que Juan no hablaría con golpes ni torturas físicas. Un carcelero ordinario no habría recurrido jamás a esta treta porque confiaría en que con violencia física podría obtener lo que desea del prisionero.

Ahora bien, la pregunta es: ¿a quién descubre esta maniobra, quién queda al descubierto y sin excusas? Ese es el gran tema, al igual que la imagen patética de los soldados que huyeron ante una amenaza que no era visible, la caída total de las defensas armadas del gobierno ante los ojos de sus autoridades. Presentar a Requesens bajo el efecto de estupefacientes para confesar falsos delitos, traicionar a sus compañeros de ruta, constituye una de las peores derrotas para este régimen. Las fuerzas armadas huyeron despavoridas ante un amago de ataque y su principal prisionero es drogado para que confiese lo inconfesable. El saldo para el régimen es evidente, de allí que oigamos las insólitas declaraciones de Aristóbulo: “Los propios familiares fueron los que colocaron en las redes ese tipo de fotos para que la gente se confundiera y acusara a Maduro y a la revolución”.

Esto lo que quiere decir es que están recibiendo el contragolpe de su barbaridad, nadie les cree, y quedaron como unos sórdidos torturadores.

Toda situación vital representa un reto para la persona y plantea un problema que solo el involucrado debe resolver, siempre lo que está en juego es el sentido de su vida. En una palabra, a cada quien se le pregunta por la vida y únicamente puede responder por su propia vida; solo siendo responsable puede contestar. Esta, sin duda alguna, fue la decisión de Juan Requesens, poner en juego su capacidad de ser responsable. ¿Y cual fue la decisión de los militares que huyeron en estampida abandonando a su presidente, ante el supuesto peligro?


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