La represión es el capítulo más tenebroso del empeño de Maduro y su banda de mantenerse en el poder al costo que sea. Es tenebroso en sus dos ámbitos: en las calles, donde produce muertos, heridos y personas afectadas, además de cantidades grotescas de detenidos. Pero la represión no termina en las calles: se prolonga a los centros de detención, donde se tortura a quienes protestan, a este extremo: obligar a unos detenidos a comer excrementos.

Es absolutamente necesario hacer una revisión del modo en que han venido ocurriendo las cosas: funcionarios que disparan bombas lacrimógenas a quemarropa; personas que mueren asesinadas por balas o por metras; uniformados que golpean con saña a personas en estado de completa indefensión; grupos que atacan a la gente en lugares donde no hay protesta alguna; funcionarios que, además de golpear con furia a los civiles, les roban sus pertenencias; funcionarios que disparan a los edificios; acciones en las calles, donde policías o guardias nacionales actúan de forma coordinada con grupos paramilitares o colectivos; grupos que saquean comercios, destrozan vehículos en estacionamientos, destruyen sus propios vehículos, con el objetivo de acusar a quienes protestan.

A esta enumeración del párrafo anterior le faltan decenas y decenas de modalidades con las que se ha ejercido la violencia. Es tal la acumulación de hechos y tal el silencio de las autoridades, que no cabe duda al respecto: la violencia psicópata forma parte del programa del Plan Zamora ideado por Padrino López. No en vano tiene ese nombre, Zamora fue un delincuente y psicópata, uno de los sujetos más peligrosos del siglo XIX venezolano. El Plan Zamora es una operación represiva cuyo libreto incluye prácticas de violencia desproporcionadas, humillantes, psicóticas y casi inenarrables.

Las cifras de muertos, heridos, detenidos y torturados se incrementan a diario. Además de Padrino López, ¿quiénes son los responsables de estos delitos de violación sistemática de los derechos humanos? El Plan Zamora establece la existencia de tres niveles o anillos. El primero, bajo las órdenes de Reverol, incluye a la Policía Nacional Bolivariana, la Guardia del Pueblo, los colectivos, los patriotas cooperantes, el Sebin, la Dirección General de Contrainteligencia Militar y la milicia. El segundo anillo está constituido por todos los factores anteriores más la Guardia Nacional Bolivariana, a cargo del general Benavides Torres.

El tercer anillo sumaría al Ejército, a la Armada y a la Aviación a las tareas represivas. Estas son las fuerzas que, hasta ahora, no han sido movilizadas. En abril del año de 2002, cuando las mismas salieron de sus cuarteles, se produjeron los hechos que alcanzaron su apogeo en la famosa frase de “se le pidió su renuncia, la cual aceptó”.

Luego de más de 50 días de actividad represiva, en el seno de la Guardia Nacional Bolivariana el ambiente de entusiasmo de los primeros días ha desaparecido. Hay cansancio, oficiales y subordinados preguntándose si terminarán juzgados en los tribunales, historias de soldados que se ha visto obligados a reprimir a sus propios familiares. Esta es la razón por la que Padrino López se ha visto en la necesidad de escenificar mensajes de aliento y reconocimiento al esfuerzo hecho, buscando restablecer el ánimo perdido.

En la Guardia Nacional hay quienes se preguntan por qué les toca a ellos hacer “el trabajo sucio”. Estar bajo el mando de narcotraficantes indigna a muchos. El tema de la Corte Penal Internacional se ha vuelto un secreto a voces. Entre los oficiales del Ejército y las demás fuerzas se repite la misma frase: el orden público es responsabilidad de la Guardia Nacional, de forma exclusiva. Nadie quiere sumarse a las acciones represivas, porque representaría nada menos que sumarse a un contingente de militares y civiles cuyo expediente de delitos contra los derechos humanos tarde o temprano será castigado. Y, para peor, nada indica que las protestas vayan a cesar en el corto plazo.

 


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