Hace poco, y con un mayúsculo irrespeto, entre otras cosas, por haber asumido al hacerlo una de esas poses de víctima que tan mal le quedan, Maduro, refiriéndose no solo a él mismo y a los otros inefables miembros de la cúpula de su sangriento régimen sino al inmerecidamente privilegiado y reducido entorno de esta, empleó la frase “judíos del siglo XXI”, lo que causaría muchísima risa de no ser por las indelebles huellas de lo padecido por aquel pueblo a manos de Hitler y sus secuaces, y por el genocidio que están perpetrando hoy en Venezuela los que, con clara conciencia de sus acciones y creyendo engañar ya no se sabe a quién con esas ridículas comparaciones surgidas de la más burda dialéctica, han decidido desempeñar un muy nazi rol de victimario.

En verdad, no es para reír, porque más allá de esa narrativa que, aunque ineficaz para propósitos exculpatorios, se ha convertido en objeto de profundos análisis tanto por su carácter de denominador común del chavismo como por la dificultad que entraña el determinar si es producto de una severa psicopatología compartida, de un simple pero nocivo caso de maldad colectiva, de algún otro factor o hasta de la letal combinación de varios de estos, lo que está ocurriendo ahora mismo en la nación es mucho más que un episodio vagamente reminiscente de lejanos sucesos, como los de aquel infausto noviembre de 1938 que en las páginas de la historia se registrarían luego como Noche de los Cristales Rotos.

Sí, ya que la represión en Venezuela está llegando a extremos no vistos antes en la región pero sí equiparables, en más que solo algunos detalles, a los cruentos excesos del nacionalsocialismo, de lo que ha sido patente evidencia lo recientemente acaecido en no pocas ciudades del país, verbigracia, en San Antonio de los Altos, donde el “amanecer” del pasado 22 de mayo fue de esbirros disparando a transeúntes y viviendas, y causando caos y destrozos por doquier, como en el conjunto residencial de quien esta columna escribe, en el que la menor de las violaciones a los derechos humanos fueron los daños ocasionados a numerosos bienes, incluyendo puertas, ventanas de apartamentos y vehículos, y equipos de seguridad, y el robo de muchos más, si se considera el terror al que por varias horas se sometió a los residentes, principalmente a los niños, que como millones más a lo largo y ancho del territorio nacional están siendo marcados por unas largas jornadas, no de cristales, sino de sueños rotos.

Si ello, junto con esa escalada de asesinatos de jóvenes sin precedentes, no es razón más que suficiente para ponerle punto final a semejante régimen, entonces no sé cuál lo será.


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