Vuelvo a hacerme eco del viejo dicho español “Menester es el hombre entero”, que así resume las dos metas perseguidas por un supuesto humanista: “Conocer el espíritu y desentrañar los misterios del cuerpo”.

Entre nosotros el significado de la medicina y la relación médico-paciente han sido temas preferidos y magistralmente tratados, por pintores clásicos como Cristóbal Rojas y Arturo Michelena, en cuadros que constituyen parte fundamental del acervo cultural venezolano.

En las biografías de médicos ilustres se suele hacer mención del hecho especial de haber sido consultados por algún personaje de alta relevancia histórica; modernamente y a conciencia de la honra que ello puede significar, la referencia la constituyen por igual grandes artistas: por ejemplo, haber sido médico de cabecera o cirujano de Stravinsky o de Casals, de Van Gogh o Dalí, de Chaplin o Laurence Olivier, o de Margot Fontain; un orgullo justificado y vigente como lo evidencia la mención de que el Dr. William Hamilton, médico del Metropolitan Ballet, operó al bailarín Michjail Varijnikov.

Mucho hay para decir acerca de los vínculos entre la medicina y la música, o lo que es lo mismo, el poder de fascinación y la fuerza sugestiva de la música, su influencia determinante en los sentimientos y la conducta humana, e incluso su valor como recurso terapéutico.

Las propiedades de ciertas melodías y de ciertos ritmos como medios de hipnosis, fueron ya intuidas por el hombre primitivo y los pueblos antiguos, al aplicar la música a sus prácticas curativas adjudicándoles el papel de un sedante. La alianza que merced a esa circunstancia se estableció desde muy temprano entre la expresión musical y el arte de curar, se manifestó simbólicamente para los griegos en la figura de Apolo, quien al mismo tiempo que dios de la música lo era de la medicina.

Hay médicos cuyo interés musical y su calidad como ejecutantes han sido considerados meritorios, sobre una base profesional, como para ser mencionados en sus biografías; tal sucede, por ejemplo, con Theodor Bilroth, pionero de la cirugía visceral en el siglo XIX y compositor, amigo de Brahms de toda la vida; Alexander  Borodin, en la misma centuria, profesor en el Instituto Médico-Quirúrgico de San Petersburgo y compositor de la ópera Príncipe Igor, tres sinfonías y otras obras; y en época algo más cercana Albert Schweitzer, conocido no solo por su condición de médico misionero en África, sino también como celebrado organista y autoridad en Johann Sebastian Bach.

Y en relación con nuestro sistema educativo que tanto nos importa, creo de interés reiterar el deseo de ver incluidas en sus programas nociones fundamentales de música, que incluyan teoría y solfeo, cual enseñanza comparable en su significado y alcances a la del abecedario como base para la lectura y escritura.

En lo que se refiere a la música en nuestro país, numerosos estudiantes de medicina no solo gustan de oírla, sino que además tocan con ahínco algún instrumento, o hacen formal y paralelamente la carrera musical en conservatorios, o son miembros de alguna agrupación coral; y entre los egresados unos van al ejercicio médico manteniendo el cultivo de su gusto musical, y otros son vistos incorporados a determinada orquesta sinfónica o como solistas de algún ensamble, en tiempo compartido con la práctica médica o dedicados de lleno a la música,

En el marco de lo dicho, y como muy grato recuerdo, vuelve a mi memoria el admirado profesor de la UCV, doctor Rafael Hernández Rodríguez, quien en trance de dilucidar un diagnóstico complejo, o a continuación de alguno de sus muchos aciertos clínicos, tocaba el violín a solas o cercano a su paciente.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!