Tengo una sensación de certeza cuando leo The Economist. La revista cumplió 175 años. Su éxito viene por un periodismo de investigación, equilibrio, visión crítica, manejo inequívoco de los datos y rigurosidad. Estos elementos validan “un compromiso universal por la dignidad, la creencia en la economía de mercado y la fe en el progreso humano planteado desde el debate y la reforma”. Estas últimas frases forman parte del editorial que alerta al mundo sobre la necesidad de reinventar el liberalismo, que está en peligro porque a la libertad siempre la acechan los radicales y el conformismo dado por las victorias obtenidas. La revolución es enemiga de la libertad. Socialista o fascista, cualquiera de estas dos lacras atropella nuestra independencia. Lo que diferencia a un liberal de un revolucionario en palabras de los editorialistas es que “rechazan la idea de que los individuos puedan ser coercionados a aceptar las ideas de alguien”.

Según nuestra admirada revista no se puede descuidar la libertad, “que no solo es justo y sabio sino provechoso dejar hacer a la gente lo que quiere” y que esta actitud tiene que estar en concordancia con el interés común de que la “sociedad humana puede ser una asociación para el bienestar de todos”. Pero los políticos liberales han deslucido en los temas de género, migración, raza y sexualidad, en los que se difumina el interés común y se polariza la sociedad, sin mencionar el abandono de las alianzas liberales geopolíticas alentadas por gente como Trump y la propia defensa del emprendimiento individual.

El liberalismo ha supuesto históricamente la reivindicación de la libertad económica, la limitación del poder del Estado, el imperio de la ley y la exaltación del individuo como motor de la historia. Con ello se cimenta una economía triunfante. Solo las sociedades liberales han alcanzado el crecimiento, el bienestar y, en medio de todo, han sido capaces de confirmar el progreso del hombre y la convicción de defender las bases de la civilización occidental. The Economist compara el dominio de las grandes corporaciones con el poder de los Estados y llama a que su limitación forme parte de la agenda de reinvención del liberalismo. En este editorial falta que se incluya la propuesta de un desarrollo sostenible en términos de la salvaguarda del medio ambiente. Con la naturaleza destruida es imposible cualquier conquista. La revista pide a los liberales que abandonen su conformismo y que no cedan en la lucha por las reformas. “El liberalismo diseñó el mundo moderno pero el mundo moderno puede ponerse en su contra”, es el inicio de su prédica. Nuestra lucha por la libertad, por la creatividad empresarial, tiene que ser a diario. Su tutela debe ser cotidiana y personal. Alcanzar conclusiones es una forma de perecer. Totalitarios, disgregadores, sicarios del pensamiento único esperan nuestra comodidad para la emboscada.


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