El regreso del presidente Guaidó es un formidable test para medir la situación del enfrentamiento entre las fuerzas democráticas y el chavismo.

La operación regreso de Guaidó fue un triunfo porque el régimen no pudo evitarlo, teniendo a su disposición fórmulas para impedirlo de manera incruenta y de relativo bajo costo: por ejemplo, cerrar el espacio aéreo e impedir el aterrizaje del avión, así ocurrió, recuérdese, con Zelaya en Honduras. A eso hay que sumarle el baño de popularidad que recibió el regresante desde Maiquetía al multitudinario acto, replicado en el interior del país (testimonios de capacidad de convocatoria por la fecha y otras circunstancias) que lo esperaba en Las Mercedes. Eventos que reforzaron el espíritu de lucha y la esperanza en los partidarios del cambio (algo desanimados por lo ocurrido el 23 de febrero). Seguramente en el chavismo la jornada fue frustrante porque estaba en juego la credibilidad y autoridad del sistema y su capacidad de generar temor y miedo.

Sin incurrir en triunfalismos ni aventurar pronósticos inapelables, es dable afirmar que las fuerzas democráticas vienen ganando la confrontación iniciada el 5 de enero. Esta circunstancia es consecuencia del error del régimen de subestimar la Operación Guaidó y de la estrategia decidida para enfrentarla, la cual se basa en creer que el tiempo juega fatalmente a su favor y que el mismo producirá el desgaste de la estrategia democrática, en seleccionar al imperialismo como el oponente real y decisivo cuando su adversario más poderoso es el mayoritario y creciente rechazo nacional al status quo por los efectos devastadores de su gestión de gobierno. En la acera opuesta no se han cometido errores significativos y por los momentos se ha actuado unitariamente, con firmeza y sin desespero, conscientes de las dificultades y características del adversario y evitando los errores de jornadas precedentes.

La tendencia en vías de consolidación es hacia el fin del status quo dominante porque las fuerzas y sectores partidarios del cambio aquí y en el concierto internacional son más fuertes, influyentes y determinantes que las que sostienen al chavismo. En lo interno, como es bien sabido, el respaldo fundamental de Maduro es el apoyo de la cúpula de la FAN, y es evidente que en ese mundo hay mar de fondo (no podía ser de otra manera ante la magnitud de la crisis y las consecuencias para la institución de llegar hasta el final con el continuismo). Por cierto, la pérdida progresiva de autoridad del régimen y de la capacidad de infundir temor casa poco con quien se apoya en las bayonetas. Los apoyos internacionales fundamentales del chavismo son China, Rusia y Cuba. Los dos primeros parecieran no ir más allá del apoyo político discursivo en escenarios internacionales y lucen sin voluntad para subsidiar económicamente, ni prestar auxilio bélico; la capacidad de auxilio cubano está limitada a labores de inteligencia y represión cada vez menos determinantes en la resolución de la crisis, aunque puede causar mucho daño colateral y hay que ver si Cuba se atreve a pagar los costos derivados.

Lo que viene si la tendencia aludida se consolida está en construcción. Las fórmulas de resolución están abiertas. En el particular, las fuerzas democráticas deben demostrar verdadera vocación de poder, lo que supone hacer lo necesario para facilitar su materialización. Cualquier vía congruente con la hoja de ruta definida por la Asamblea Nacional en enero: “Cese a la usurpación, gobierno de transición y nuevas elecciones presidenciales” debe ser aceptada y transitada.


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