Este viernes 5 de julio —no se puede citar esta fecha obviando que un histórico día como este significó para nosotros la ruptura definitiva con el vínculo colonial español— hoy, justamente, el presidente (e) Juan Guaidó está convocando a todos los venezolanos a que salgan a la calle. Otra vez, sí, una vez más y cuantas veces sea necesario protestar para que se escuche en todo el mundo. Es conveniente que lo oigan mil veces afuera para que no se olviden de la necesidad de que el usurpador venezolano abandone el poder arrebatado el 20 de mayo de 2018. ¿Acaso tienen esos países memoria frágil? Sí, son históricamente olvidadizos a las solicitudes de otros pueblos hasta el momento en que ellos también sean víctimas. Es decir, cuando las consecuencias de estas tragedias traspasen las fronteras.  Son veinte años de venezolanos muertos, torturados, de millones de emigrados; en fin, toda una calamidad que poco a poco se ha colado en otras latitudes.

El enemigo, sí, el enemigo, como contraposición extrema. No son amigos, los atacan sin piedad, han arrasado con lo que es de todos; estos sujetos, sencillamente, no son adversarios, son otra cosa diferente. Los del régimen no son políticos, ni siquiera son socialistas; son, más exactamente, una especie anormal que pertenece a otros ámbitos, frase muy manoseada que no hay por qué rechazar. 

Es el caso que hoy, el esmirriado régimen no tiene el apoyo popular para competir con los sectores democráticos en la calle. Hasta hace poco tiempo, cuantas veces la oposición anunciaba salir a protestar, de inmediato ellos en paralelo hacían lo mismo con la intención de medir fuerzas. Tanta es su soledad, enlazada con el miedo, que el 24 de Junio, Día de la Batalla de Carabobo y del Ejército Venezolano, no realizaron el desfile que tradicionalmente se acostumbra celebrar en esa fecha conmemorativa de la libertad. De esa situación se han derivado unas lógicas conclusiones que, concatenadas con otros hechos vinculados con el mundo militar, nos presentan un cuadro donde hay razones para sospechar que las relaciones entre hombres de charreteras y Miraflores son más bien embelecos y argucias que disparan desconfianza y terror de estar cerca de individuos que portan armas de fuego y que evidentemente no les inspiran seguridad.

Rocío San Miguel, activista de derechos humanos, especialista en temas militares, presidente de la ONG Control Ciudadano, apunta que el acto de ascenso de 183 oficiales de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana se realizó en el Panteón Nacional y no en el Patio de Honor del Ministerio de la Defensa como habitualmente se acostumbra; se supone que para tener mayor control frente a algún peligro o sospechas de infidelidad. La persecución, otro ejemplo, por parte del Dgcim de oficiales de la FANB y la muerte por torturas del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo, es un acto abominable que traerá consecuencias intestinas. El régimen se sostiene, es lo que se comenta, por el apoyo que le brindan principalmente altos oficiales militares. Pero, ¿hasta cuándo se mantendrá esta situación sin que se produzca una reacción fuerte y definitoria? He allí la esencia del problema. El régimen, aunque muchos se extrañen, está viviendo hoy unos de los peores momentos de su existencia; un raquitismo crónico del que no podrá zafarse, jamás. Unos meses más o unos menos, pero el final vendrá indefectiblemente.

Sin embargo, es preocupante la situación del presidente (e) Juan Guaidó. Comienza a observarse la aparición, cada vez con mayor fuerza, de exigencias para la toma de decisiones. Es notoria la presión de la sociedad, en aumento día a día, en busca afanosa de una salida a este espantoso escenario que pudiera pasarlo por las ruedas trituradoras del molino.  De manera que, piadosamente, recurramos a San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles, de los desesperados, para que estas tentaciones demoníacas se contengan…

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