Es fácil inventariar, no así el jerarquizar. Lo primero implica sencillamente recoger información, mientras que lo segundo entraña un discernimiento y juicios de valor.

Apliquemos esto a los males y causas de la situación venezolana. En cuanto a males nacionales, inventariarlos no es tarea laboriosa, pues los sufrimos; su lista es dolorosamente interminable. En este país estamos experimentando una globalización del mal. Pareciera que el reloj camina hacia atrás, retrotrayendo en los más diversos órdenes, desde cosas materiales como el servicio de agua, hasta otras que entran en el campo del espíritu como son la comunicación y la educación. Esta regresión se concreta en los varios ámbitos de la convivencia, a saber, en lo económico, lo político y lo ético-cultural. Caricaturizando las cosas puede decirse que al siglo XXI del socialismo oficial debería agregársele un “a.C.” (antes de Cristo).

En lo relativo a jerarquización de los males del país, múltiples en todos los órdenes, no hay duda de que entre los más graves se ha de señalar la expatriación (éxodo, exilio) de millones de venezolanos. En términos demográficos significa un dramático despoblamiento del territorio nacional ¿Qué familia nuestra puede decir que alguno de sus miembros o de sus amigos no ha tenido que irse de esta tierra, que lo ha visto nacer, que es suya y constituye su hogar y patria? Aquí no hemos tenido una guerra, ni una peste masiva, ni catástrofes naturales de alcance nacional. ¿La causa del despoblamiento? La que han señalado los obispos para el desastre global: el régimen y su proyecto inhumano, totalitario, que hacen invivible al país y obligan a una multitudinaria fuga para sobrevivir ¡Como si los castrocomunistas fueran los dueños también de Venezuela! ¿Quiénes podrán entonces permanecer aquí? La aspiración oficial es que solo militantes rojos y esclavos o sometidos. La Nomenklatura, por supuesto, así como, por temporadas, familiares y “enchufados” de la “nueva clase”, que hacen paréntesis en sus estadías en el “imperio” y en París, Madrid o Roma.

Respecto de las causas de los males –que pueden dividirse en primarias y secundarias, próximas y remotas, leves y graves– el Episcopado venezolano ha sido reiterativo y claro. Así en Exhortación del 13 de enero de 2017 afirmó: “Muchas son las razones que han conducido al país a la actual situación. La causa fundamental, como lo hemos afirmado en otras ocasiones, es el empeño del gobierno de imponer el sistema totalitario recogido en el Plan de la Patria (llamado socialismo del siglo XXI), a pesar de que el sistema socialista marxista ha fracasado en todos los países en que se ha instaurado, dejando una estela de dolor y pobreza”. Del desastre general se puede señalar entonces una causa primera, generadora, central: el proyecto “socialista marxista” (léase comunista) oficial. Proyecto rechazado, por cierto, por el pueblo venezolano en 2007 y que los obispos calificaron como contrario al pensamiento del Libertador Simón Bolívar, “a la naturaleza personal del ser humano y a la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona” (Exhortación Sobre la propuesta de reforma constitucional, 19 de octubre de 2007). A pesar del rechazo ciudadano, ese proyecto siguió adelante por caminos verdes, porque sus promotores parten de la autosuficiencia ideológica de pensar que tienen las llaves de la historia. Por supuesto que el régimen no se mueve por pura ideología; otras motivaciones están presentes como en nefasto cocktail: ambición de poder, avaricia, narcomanejos. La praxis del estalinismo no fue pura dialéctica histórica.

“Genocidio” es un término de precisa definición jurídica para efectos penales internacionales. Pero en un sentido humano, moral, más comprensivo, no dudo en calificar a este régimen de genocida, pues diezma sistemática y culpablemente la población de Venezuela, que fue liberada por Bolívar del coloniaje borbónico, pero está dominada ahora por la dinastía castrista.


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