“No tengo la menor duda. Maduro saldrá por decisión de la Fuerza Armada Nacional. El ex funcionario militar, general Hugo Carvajal, aseguró recientemente que tiene esa información”.

Desde la aparición en escena del actual presidente encargado, Juan Guaidó, tomando como fecha de referencia el día 5 de enero de este año cuando se posesiona de la Presidencia de la Asamblea Nacional, desde ese preciso momento comienza entonces el declive acelerado del régimen de Nicolás Maduro.

Es evidente que el régimen está malherido; es decir, grave, moribundo, en las últimas. Ni siquiera tiene la fuerza para reunir a los empleados públicos de todo el país para llevarlos a Caracas para contrarrestar, solo en parte, las multitudinarias concentraciones o marchas convocadas por el líder máximo de la democracia Juan Guaidó, apoyado por el Frente Amplio Venezuela Libre, con los que se articulan los partidos políticos y la sociedad civil como nunca antes se había logrado.

Es de capital importancia destacar este hecho: me refiero a esta fusión que ha logrado la unidad, la unidad que por años se requería como factor indispensable para lograr el triunfo. Hoy, para lograr la salida del usurpador y dar paso a la fase de la transición hasta alcanzar ir finalmente unas elecciones libres con absolutas garantías de pulcritud para todos los participantes.

En Venezuela se da la particular circunstancia de que el régimen depende únicamente de algunos sectores de la fuerza militar para sostenerse todavía en el poder. Sin embargo, se especula con mucha asiduidad que el señor Maduro desconfía del grupo de oficiales, por lo que ha decidido integrar una especie de ejército paralelo con el grupo de criminales que componen los llamados colectivos, provistos de impunidad para agredir y asesinar, si es preciso, a los que salgan a las calles a protestar y a exigir sus derechos constitucionales. 

Quería llegar hasta aquí para dejar claro que las declaraciones del ministro de la Defensa, general en jefe Vladimir Padrino López, sean sinceras o no lo sean tanto, en las que ordenó el viernes 5 de abril y difundida en toda la estructura de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana a actuar firmemente en contra de cualquier grupo armado que opere al margen de la ley, tienen una valoración fuera de lo habitual. Lo digno de resaltar es que esa orden del alto oficial se originó a pocas horas de que Nicolás Maduro y Diosdado Cabello habían destacado la actuación de que los grupos de choques que, con armas de fuego, atacarían a la población civil que saliera a protestar por los graves problemas que vive el país. Ese hecho puntual hay que considerarlo bajo la óptica de los movimientos que se están generando dentro de los cuarteles.

Tampoco hay que pasar por alto el audio de Nicolás Maduro del domingo pasado en el que pide apoyo a Uruguay, Bolivia, Cuba, China y Rusia, con la idea de lograr el “diálogo” con las fuerzas democráticas que encabeza el presidente Juan Guaidó. Quien mire ese grito de auxilio como una estrategia para distraer la atención de la oposición y lo observa a través de la lupa de que todo es originado por el talento prodigioso del G2 cubano, y no como consecuencia de la presión que ejerce sobre su corriente respiratoria los compatriotas en las calles y de los efectos de las maniobras de la Casa Blanca, está obviamente descarriado.

Mientras tanto las revueltas sociales y disturbios producto del hambre han ido extendiéndose peligrosamente por toda la región, sin saber a ciencia cierta cómo y cuándo se van a detener. El panorama nacional está despejado, no hay nubes que lo tapen. Las dificultades económicas, el hambre, la falta de energía eléctrica, de agua nos ha convertido en un pueblo ansioso, invivible.

La comunidad internacional seguirá cercando al régimen con mayores sanciones. La dictadura de Maduro, sus militares principalmente, no podrá halar del gatillo con tanta indolencia como lo hicieron tiempos atrás. No dejan de temerle al mundo que los mira tan cerca como miopes.


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