Transitar autopistas, y caminar en avenidas, calles, veredas y plazas de la ciudad se ha convertido en una dolorosa actividad que trastoca la razón y los sentimientos de solidaridad de quienes aquí vivimos. Caminamos entre la basura, la soledad, la miseria y la ruina. En los rostros de los que van y vienen, y en la mirada de quien observa taciturno se dibuja la desesperanza, el miedo. Es, sin duda, un llanto íntimo. Es el llanto y el dolor que Maduro y su régimen ignoran deliberadamente, día a día. No hay espacio de la ciudad que nos dé consuelo, sosiego, esperanza. Las colas para comprar pan o cualquier otro alimento, cuando hay, son interminables. Igual pasa con los bancos, desde el amanecer se forman las colas para conseguir un poco de efectivo. El transporte público brilla por su ausencia, y el Metro a duras penas puede satisfacer la demanda de sus usuarios. Las escaleras mecánicas inservibles de punta a punta. La seguridad interna muy precaria. En definitiva, todo nos es adverso, oscuro.

No somos, desde hace 19 años un país normal. Nos arrebataron la felicidad, la fraternidad, la calidez que nos hacía especiales. Pero lo más grave, nos despojaron de nuestra dignidad. Esa es la gran obra de este régimen inepto, ladrón e indolente. Solo ha sido capaz de generar pobreza, miseria y caos. Pero, además, en toda la infraestructura vial y los espacios públicos está la huella imborrable de la desidia del régimen. La desesperanza está enseñoreada, campante, carialegre.

Hombres, mujeres y niños buscan desesperadamente en la basura algo que sacie el hambre que los aniquila. Para fortuna de los hambrientos buscadores de desechos hay bastantes basureros. ¿Será por eso que las autoridades no recogen la basura? Pareciera que sí. A esa tragedia debemos sumarle la de los enfermos que no consiguen medicamentos ni tratamiento para diálisis, cáncer, hemofilia, trastornos neurológicos; por nombrar solo algunos. Y si tienen la dicha de conseguirlos, los precios son impagables. Los hospitales sin servicios ni insumos.

Presidente, el pueblo, que usted dice amar, se está muriendo. O lo mata la delincuencia o muere de mengua. Ambas son terribles. Las razones y causas son variadas, pero todas tienen un denominador común: un régimen cruel. Y todo eso ocurre mientras usted se dedica a desvariar en cadenas de radio y televisión que nada resuelven. Qué más espera usted, o qué más debe pasar para que adopte las medidas que hasta la saciedad le han recomendado para parar esta tragedia humana vergonzosa y delincuencial que el régimen (chavista y madurista) ha instaurado en el país.

A este caos que usted dirige y articula no puede dársele otro nombre. Ah, pero mientras la tragedia nos envuelve en hambre y luto, usted baila, se divierte, y temerariamente dice: “…Que el pueblo está feliz…”. Todo este estado de cosas, sin temor a equivocarnos, es un martirologio colectivo, del cual el presidente y su equipo se desentienden, cual pájaro que vuela de un sitio a otro, sin reparar en el día, ni si hay sol o brisa. No les importa nada la muerte de niños, adultos y abuelos. Así no se gobierna…

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