El filósofo Paul Ricoeur, autor de la famosa expresión “escuela de la sospecha”, manifestó en cierta ocasión que esta fue dominada por tres maestros que aparentemente se excluyen entre sí: Marx, Nietzsche y Freud, y diferenció al mismo tiempo entre una hermenéutica de la sospecha y una hermenéutica de la afirmación. En su opinión, los tres maestros de la sospecha, desde diferentes puntos de vista, consideraron que la conciencia en su conjunto es una ciencia falsa. Según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos; mientras Freud sostiene que es por la represión del inconsciente, y Nietzsche, por el resentimiento del débil.

Sin embargo, lo que es necesario destacar de estos tres maestros no es el aspecto destructivo de las ilusiones éticas, políticas o de las percepciones de la conciencia, sino una forma de interpretar el sentido. Marx lo que pretende es alcanzar la liberación por una praxis que desenmascare la ideología burguesa. Nietzsche persigue la restauración de la fuerza del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Mientras que Freud busca una curación de la conciencia y la aceptación del principio de la realidad. Los tres tienen en común la denuncia de las ilusiones y de la falsa percepción de la realidad, pero también la búsqueda de una utopía.

Los tres autores mencionados comparten una actitud crítica hacia la sociedad que conocen, y por ello suelen ser considerados como frutos de un mismo espíritu crítico, aunque ni siquiera son de la misma generación, por cuanto mientras Marx es un autor de mediados del siglo XIX, Nietzsche es de finales del siglo XIX y Freud de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, pero centran básicamente la crítica de tal forma que se pueda entender el mundo hasta los días presentes y por esta circunstancias sus visiones están, en cierta medida, aún vigentes, y por esta razón Paul Ricoeur los califica como filósofos de la sospecha.

Las incesantes revelaciones sobre las malas prácticas que vienen ocurriendo en el país, desde que el socialismo arribó al poder con Hugo Chávez a la cabeza hace 20 años, han venido desgastando la imagen de las instituciones del país, más aún si se considera que bajo el denominado socialismo marxista y mal llamado bolivariano, todas las instituciones han sido secuestradas y, lo peor, extremadamente desprestigiadas ante la opinión pública nacional a internacional, como se observa en estos últimos tiempos, en los que organismos internacionales cuestionan en extremo al régimen que hoy preside Nicolás Maduro, devenido de hijo putativo y heredero de la corona, en un autócrata y dictador sin parangón alguno en la historia republicana del país.

Por la razón anteriormente indicada, el régimen de Nicolás Maduro enquistado en el poder hace casi cinco años, se encuentra bajo sospecha. Y no hay duda alguna al respecto, si tomamos en cuenta su gestión, si se le puede calificar como tal, marcada por la ineptitud, incompetencia e ignorancia en el manejo de los asuntos de Estado, que han generado una de las situaciones más críticas jamás imaginadas en un país lleno de riquezas naturales, que en algún momento la convirtieron en una nación próspera, rica y a la cabeza de los países de esta porción del continente americano, lo cual constituyó un orgullo que exhibíamos con modestia los venezolanos.

Bastó que el país se decepcionara de los gobiernos que por espacio de 32 años y en democracia asomaran visos de corrupción, para que en libérrimos comicios presidenciales y cegado por un encantador de serpientes, que ofreció acabar con ese mal que comenzaba a medrar la estructura del Estado, eligiera presidente de la patria libertada por Simón Bolívar a un teniente coronel nativo de Barinas, llamado Hugo Chávez Frías. Un militar que en el transcurso de su carrera militar, y no precisamente por vocación, ya que como él mismo lo afirmara en varias ocasiones soñaba con ser pelotero, en los 13 años que estuvo al frente de los destinos del país hizo cuanto le dio la gana empalagado por el poder que logró acumular, y con los inmensos recursos económicos producto del precio del petróleo que alcanzó, para su suerte, los más elevados que jamás ha alcanzado hasta la presente fecha, y que le permitió comprar voluntades de países a los que alumbró con generosas donaciones económicas con la llamada chequera petrolera, solo con el propósito de erigirse en líder de una “commonwealth caribeña”.

Un daño irreversible, que a estas alturas y con su hijo putativo al que designó a dedo como su candidato presidencial, que ahora enquistado en el poder está generando una de las peores tragedias económicas, políticas y sociales que se haya visto en la nación desde su nacimiento republicano, y también en el continente latinoamericano. Una de estas consecuencias es la diáspora de casi 4 millones de venezolanos que han abandonado el país, en busca de nuevos horizontes y un mejor destino para sus hijos y familia, como consecuencia de las políticas sociales comunistas puestas en práctica por Nicolás Maduro, las cuales de nada han servido, por lo que el hambre, la miseria, el desempleo, la inseguridad cada día se acrecientan, así como la represión, el terror, la invasión de la propiedad privada, el secuestro, el narcotráfico y la impunidad que convierte a los delincuentes en amos y dueños del país, y al régimen en cómplice de esta absurda y dolorosa situación que mantiene aterrorizada e impotente a una sociedad en la que hombres, mujeres, ancianos y niños ven con dolor un futuro incierto, y ansían llegue el día que se acabe esta horrible pesadilla.

El régimen de Nicolás Maduro, no hay duda, está bajo sospecha permanente a nivel nacional y más aún internacionalmente, como consecuencia de su ineptitud, incapacidad y torpeza en la conducción de los destinos del país, lo cual lo ha convertido de próspero, rico y potencialmente industrial en una lastimera posición a nivel mundial, solo comparable con el africano Zimbabue, hoy por hoy uno de los países más pobres del mundo, como consecuencia de una galopante hiperinflación que no ha podido combatir desde hace ya varios años, víctima al igual que Venezuela de las prácticas corruptas de quienes están enquistados en el poder.

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