Marvel ha encontrado una fórmula para entregar una serie de películas redondas al hilo, generando un modelo de rentabilidad económica que es ejemplo en el mundo.

La competencia de DC Comics no la ha tenido tan fácil en los últimos años. Varias de sus cintas han sido masacradas por la crítica al no encontrar un tono coherente que las justifique más allá de un trámite publicitario o de una operación de mercadeo.

La compañía alcanzó un pico de creatividad en la era de Christopher Nolan, quien logró filmar tres largometrajes excepcionales. Después de ahí, vinieron tropiezos y pasos en falso, como las piezas de Superman, el nuevo Batman y la desastrosa Escuadrón suicida.

La reconfiguración del estudio comienza con el estreno de Mujer maravilla, un filme intenso y esmerado en la ejecución que sintetiza la era del nuevo empoderamiento femenino de Hollywood.

Una generación de relevo saca al emporio de su período gris a la sombra de lo que fue la trilogía de Caballero oscuro.

La presencia de Gal Gadot refresca el repertorio audiovisual de la empresa de entretenimiento, al aportarle la perspectiva de una chica independiente que busca su libertad narrativa en el desafío de las leyes impuestas por el fascismo de los villanos clásicos. De inmediato, la actriz se convierte en la imagen de la DC de la contemporaneidad milenaria.

A ella se suma Jason Momoa, un fichaje heredado de la divisa Juego de tronos. El intérprete, de origen hawaiano, diversifica la orientación estética de la liga de la justicia en cuanto rompe con los moldes anglosajones y caucásicos de los héroes encapotados.

El histrión exhibe unas formas y unas maneras que contrastan con el perfil del personaje en la comiquita de televisión, en la que el cabello rubio del ser mitológico nunca se despeinaba al contacto con la profundidad del mar.

En cambio, la película Aquaman, que ahora disfrutamos en la cartelera, carece de complejos a la hora de mostrar y explotar el costado dionisiaco del protagonista, cuyas costumbres de apocalíptico integrado lo hacen cercano y encantador a los ojos del gran público. Ya no estamos en la saga de los vigilantes atormentados que exclaman frases solemnes a cada rato.

Nos encontramos ante un arquetipo de la América mestiza que puede beber cerveza en un bar de moteros de la supremacía blanca de Trump, al tiempo que rememora las raíces étnicas de la familia Obama del Pacífico.

El ADN del icono del océano resulta fascinante de semiotizar, pues contiene rasgos sociales y políticos que lo convierten en la síntesis de una globalización más democrática que elitesca. De ahí que el filme exprese los gustos de la clase media universal, gracias a los atributos humorísticos, físicos y carismáticos del líder del casting.

En rigor, su comedia desarma las viejas usanzas del repertorio gastado del hombre de acero, sumándole una capa de autoconciencia e ironía que se conecta con la audiencia que sabe apreciar los chistes internos y las desmitificaciones de “Deadpoll”.

En tal sentido, DC cierra un año casi perfecto en el que arranca con la inmensa transgresión de Jóvenes titanes de acción, para culminar en la coronación de un monarca de la desmesura camp y la gracia neobarroca.

No en balde, la cinta sumerge al espectador en la experiencia de compartir la aventura desmelenada del protagonista de la franquicia, a través del diseño de una interfaz que reflota el concepto inmersivo de Avatar.

Los efectos acompañan el viaje ultramarino de una pieza influida por la literatura de Julio Verne y por la fantasía de Georges Méliès, comunicándose con el inconsciente cultural que ha permanecido sumergido por décadas y siglos de creación artística.

Aquaman honra el significado impuro de los géneros malditos, como el cómic, que hoy van rumbo a su esterilización y depuración.

Bajo la realización cínica y solvente de James Wan, la película cumple con el cometido de divertir y enganchar al personal con una historia que es pura revisitación de un legado pulp, de escritura menor, que se engrandece al saber resucitar sus fuentes plebeyas.

Así presenciamos el ascenso del rey Arturo de los bárbaros que han destronado a los acartonados conservadores de un linaje en decadencia.

Cualquier persona que quiere entender los mecanismos y los secretos de la producción colosal de hoy, debería atender al llamado de Aquaman. Una obra que toma un camino extravagante e imperfecto para leer el tiempo del populismo, con sus aciertos y defectos.

En el medio, algunas cuestiones chirrían por lo impostadas y predecibles. El drama de Manta negra se pudo abreviar, cuando lo llamativo y cool es verlo en su escafandra de robot terrorífico.

El final energiza y arregla los deslices narrativos del segundo acto, concluyendo bien arriba en lo que posiblemente es una de las secuencias del año.

Mención aparte para los estupendos Willem Dafoe, Patrick Wilson y Nicole Kidman.

En fin, una gozada que garantiza el regreso de un universo expandido y extendido que necesitaba refundarse.


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