Militante de heridas

Mi diálogo semanal contigo –personal, introspectivo, a veces iracundo, otras, entusiasta– fija sus tenazas creativas en la quebrada sensibilidad de la época venezolana.

No escribo por oficio, lo hago por militancia: soy uno de los heridos de mi tiempo y quien no lamenta sus heridas, quien no las organiza y adhiere a las de otros, quien no las articula y expresa en poemas, cantos, pinturas, dramas, películas o melodías musicales, no permite que se conozcan y se sientan: las desvanece frente a la historia. No genera conciencia.

No quiero que esta herida histórica venezolana se pierda, por eso te escribo.

Algo irreconocible y sutil que nos toca

El arte genera la conciencia más genuina y pura que pueda conocer el ser humano. Algo palpa el arte, algo conmueve y seduce en el espíritu del hombre que lo sensibiliza y humaniza, que lo concientiza. Las ideologías, los prejuicios religiosos y las fijaciones políticas se deshacen frente al arte, que ha sido, es y será siempre la bala más fulminante para responder a la maldad.

Lo he visto recientemente en Venecia, Varsovia, Praga, París o Nueva York, lo he visto en Egipto o Turquía, lo que más nos admira y cautiva del mundo son sus creaciones artísticas.

Algo irreconocible y sutil que nos toca y arroba indeleblemente, que nos redime y cura: el arte.

La luna me está mirando…

En el destierro, la cultura y el arte son la patria. Uno se aferra a ellos para acercarse espiritualmente a la tierra negada. La bandera, el himno, la comida, el lenguaje, la música, incluso las marcas comerciales (que son creaciones artísticas), la fotografía, la televisión, el canto o un poema son las entrañas etéreas del país, a ellas nos amarramos para no extraviarnos. No es el paisaje o la brisa, no son los mares, las montañas o las ciudades, es la memoria de nuestra cultura lo que más nos enaltece y plena en el exilio, lo que mantiene viva la patria en nuestro espíritu.

“La luna me está mirando yo no sé lo que me ve”, una arepa o la sencilla percepción de nuestro acento reconocidos en cualquier lugar del mundo nos hincha fugaz pero intensamente de Venezuela.

Hay que vivirlo para entenderlo.

Venezuela: la conciencia de lo perdido y la inspiración de lo anhelado

El filósofo norteamericano Ronald Hubbard nos recuerda que una nación es tan grande como son sus sueños, y que sus sueños son soñados por artistas. Las grandes naciones, las más admiradas y consolidadas sociedades de la civilización occidental, Italia, Alemania, Japón, Portugal, España, entre otras, que se han visto obligadas a vivir en el destierro por guerras, despotismo o tiranías, se han reinventado a sí mismas por su fuerza creativa y sus artes.

La cultura nacional se fortalece en el destierro, y unida al aprendizaje que da conocer otras sociedades genera extraordinarios ensamblajes visionarios. La conciencia de lo perdido se une a la inspiración de lo anhelado y nos renace como personas.

Estoy convencido de que una patria renace en el destierro, esa patria está en ti.

Que Venezuela vuelva a Venezuela

En el exilio, nos hemos redescubierto como venezolanos, como cultura y como país, no nos hemos atado a la nostalgia, hemos aprendido la lección, nos hemos incorporado y desarrollado en la tierra que nos ha dado abrigo, hemos renacido. Sabemos que el trabajo, el orden, el respeto mutuo, pero sobre todo la creatividad, erigen grandes naciones. Añoramos con toda la fuerza de nuestro ser volver a Venezuela para reinventarla, para renacer con ella.

La profunda herida y el dolor nos ha recreado como personas, nos ha hecho militantes de un gran sueño de país, nos ha permitido encarnar en la distancia esa bella palabra que es Venezuela.

Ahora hay que hacer que esa recreada Venezuela vuelva a Venezuela y renazca como nación. Ahora hay que ser artistas de la patria que se nos niega.

Ahora hay que crear.

Ahora…


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