Cuando era diputado, fui presidente de la Comisión permanente de Economía, miembro de la de Finanzas y, como tal, presidente de la subcomisión de Asuntos Financieros y Monetarios, me tocó estudiar, y redactar el informe correspondiente, la refinanciación y reestructuración de la deuda externa emprendida por el presidente Jaime Lusinchi, para la aprobación de la Cámara de Diputados, según oficio de 15 de mayo de 1986 dirigido por el entonces ministro de Hacienda, por un monto de 20.944,30 millones de dólares, que comprendía la deuda directa de la República de Venezuela por 4.764 millones de dólares, la asumida por la República que alcanzaba 5.592,7 millones de dólares.

Y la de empresas estatales como: Banco Nacional de Ahorro y Préstamo, Interamericana de Aluminios, Fondo Nacional de Desarrollo Urbano, CVG Electrificación del Caroní, Venezolana de Aluminios, Metro de Caracas, Energía Eléctrica de Venezuela, Aluminios del Caroní, Cantv, Siderúrgica del Orinoco y Cadafe. Se lograron nuevos plazos de amortización de capital, de 1986 a 1997, nuevas tasas de interés, los cuales permitieron que el Estado honrara sus obligaciones sin arriesgar el financiamiento de actividades económicas y sociales indispensables para la sociedad Venezolana. El Dr. Lusinchi fue y ha sido el único presidente, además de Betancourt, que no aumentó la deuda externa hasta el día en que entregó el mando al comienzo de 1989, a su compañero Carlos Andrés Pérez, siendo de 25.899,45 millones de dólares.

Ahora bien, se ha expandido la idea de que un Estado no debe “vivir por encima de sus medios” y que acumular deudas públicas no puede sino asfixiar una economía. Acaso Adam Smith no anunciaba “la ruina de todas las naciones europeas” por efecto de la “enorme deuda” acumulada por cada una. Ricardo, más pragmático, defendió el repudio parcial de la deuda acumulada por Inglaterra durante las guerras napoleónicas. Sin embargo, la deuda siempre continuó aumentando sin que la ruina se aproximara a las finanzas públicas. Porque, se decía, es erróneo pensar que había similitud entre un individuo que le debe dinero a otro y una sociedad endeudada respecto de una parte de sus miembros.

Para Joseph Schumpeter, la visión dominante por mucho tiempo en los economistas, y según la cual las finanzas públicas deben ser administradas como las de un buen padre de familia, se explica por la relevancia del “espíritu burgués”, que tiene mucha razón en no apreciar la “maniobradera” financiera de los politiques politiciennes, políticos politiqueros. Ahí reside la primera oposición entre la deuda de un Estado y la de un individuo; el lapso vital del primero no está limitado, él puede, año tras año, endeudarse para llegar a reembolsar sus deudas cuyos vencimientos van llegando, sin que el “correr la deuda” conduzca a una catástrofe.

Si la economía está en crecimiento, el monto de la deuda pública puede aumentar sin que la carga que pesa sobre cada generación se incremente, siempre y cuando el ritmo de progresión de la deuda no supere al de crecimiento de la economía, principio que ha sido violentado continuamente desde el primer gobierno de Rafael Caldera, en 1969, pero se acentuó en la administración chavista, máxime en presencia de retroceso económico y de cuantiosos recursos petroleros proporcionados por los inusitados precios petroleros crecientes. Siempre he pensado que el endeudamiento, en sí, no es cuestionable: el problema está en cómo se utilizan los fondos provenientes de estas fuentes de financiamiento. Además, es imposible que funcione el sistema capitalista y cualquier otro sin recurrir al crédito.

Preocupa que Maduro actúe de manera unilateral, como si el refinanciamiento dependiese únicamente de su voluntad; demuestra no tener idea del “terreno que pisa” , puesto que es preciso considerar otros actores del mundo financiero, especialmente el gobierno de Estados Unidos, sus sanciones, y la banca europea y neoyorquina, que, si tienen en sus carteras bonos o acreencias venezolanos necesariamente exigirán, como es decisión desde hace muchos años, que el gobierno venezolano obtenga un visto bueno del Fondo Monetario Internacional, lo cual implica una condicionalidad en cuanto a políticas públicas de saneamiento financiero y crecimiento económico, como lo ha mostrado últimamente el caso de Grecia, condicionada por el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo.

Conviene preguntar: ¿va el Estado venezolano a asumir la escandalosa deuda de Pdvsa? ¿Por qué quebró Pdvsa otra vez, a pesar de inmensos ingresos por exportaciones petroleras, como en 1983, con un presidente ineficaz y gastoso en burocracia y aviones Falcon (Luis Herrera no lo removía, funcionarios como estos fueron los que originaron el fenómeno Chávez)? ¿Se puede refinanciar la deuda de Pdvsa sin sanearla financieramente? ¿Venderá el Estado Pdvsa, así como Arabia Saudita está vendiendo Aramco, su empresa petrolera? ¿Cuánto vale Pdvsa quebrada? Materia que es indispensable analizar por los riesgos que implica, dado que cunden el desorden y la irresponsabilidad en la gestión de las finanzas públicas y de las empresas estatales.

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