Con razón quien escribe regularmente en una página tan significativa como lo es esta, y sobre todo sabiéndose leído y estando agradecido de tal acogida, se preocupa ante la posibilidad de resultar reiterativo y por ello fastidioso para dichos lectores. Sin embargo cabe preguntarse cuán repetitivo se es personalmente, o si ello se debe más que a uno mismo, a las circunstancias que nos son impuestas.

Pienso lo segundo ante el hecho de que prácticamente el periódico lo es, forzado por las abundantes versiones de las que diariamente tiene que informarnos. Hecho terrible ante una situación cada vez menos soportable por absurda. La del país en ruinas, carencias, humillación personal y colectiva, saqueo oficial por parte de quienes tomaron y mantienen el poder brutalmente. El régimen define como revolución bolivariana a un proceso que parece tener como primera prioridad la humillación de las personas y el irrespeto a la condición humana. Ejemplos frecuentes así lo confirman.

Evidencias palpables nos permiten concluir que a estos activos asaltantes la cultura no les es importante, ajenos a apreciar y respetar el valor social de los intelectuales, creadores y artistas, y de allí que debamos no solo darle un alto a la degradación de todo tipo que padecemos aquí y ante los ojos del mundo, sino en razón de nuestro derecho a una existencia honorable y en digna paz. La calle es hoy el gran teatro, el escenario que acapara la atención de todos; y ante el drama que se escenifica, el público que sufre y se desespera por saber en qué momento y cómo ocurrirá el final, permanece atento y escucha las conjeturas.

En efecto, qué digno lugar el académico. La vida republicana de nuestra venerada Universidad Central de Venezuela puede ser contada a partir del 24 de junio de 1827, cuando por obra del Libertador y del doctor José María Vargas, pasó del ordenamiento jurídico definidor de una sociedad colonial a los Estatutos Republicanos que establecían el principio de la autonomía universitaria. Otro siglo después, es de la Universidad de donde parte la lucha por la democratización y la modernización del país, y por la transformación de sí misma; así en 1936 la Federación de Estudiantes de Venezuela estableció que la mencionada autonomía era una de las bases fundamentales de la reforma que requerían las universidades para su adecuado funcionamiento.

En la Venezuela actual, enfrentada a una vida miserable definida en sus carencias, brutalmente reprimida, se llega a ser estudiante suyo con dificultades y privaciones crecientes a lo largo de un estrecho camino; hay inspiración motivante reducida a la aspiración familiar de tener un médico en casa, vaticinio de un pariente observador, inclinación natural a los temas y hechos biológicos, o las razones filantrópicas que suelen ser invocadas; y la carrera representa para quien la estudia y por tradición, una sucesión de ilusiones y expectativas referidas a cada etapa de ese camino de experiencias formativas.

Hemos sido unos verdaderos privilegiados quienes como siguiendo un camino de antiguos estudiantes o egresados en distintas décadas, tuvimos al Hospital Vargas de Caracas como el escenario magnífico de todos esos instantes supremos de nuestra vida y nuestra formación profesional. Un lugar en justicia venerado, de bella arquitectura con sus columnas y arcadas ojivales, y con sus patios interiores gratos para la calidez amistosa y el fructífero cambio de opiniones sobre el funcionamiento mismo de la institución. Pero hoy, completar en forma coherente y con apego a la realidad tales recuerdos, obliga a reiterar de manera firme y definida el enfrentamiento al hecho de verlo reducido tristemente a un antro en pésimas condiciones asistenciales, al igual que todo el destruido sistema de salud del país.

 


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