Como algo cotidiano de los últimos tiempos en Venezuela, la paz y tranquilidad parecen cosa del pasado. Se respira agobio y caos en el ambiente; un ambiente lleno de personas que cada día luchan por sobrevivir y que sobre la marcha terminan siendo caníbales. Sin duda, parece que entra en lo rutinario la crisis venezolana.

En ambos extremos, dos actores políticos que se pelean a muerte y que dentro de una discusión sin fin no se vislumbran soluciones. Por un lado, un régimen terco y renuente a cambiar un modelo que francamente no ha generado resultados en pro de la calidad de vida de todos los venezolanos; un régimen que persigue y discrimina al disidente, que le garantiza un lugar en la cárcel por su forma de pensar y que domina sistemáticamente a toda la sociedad por medio de un gran dependencia y empoderamiento del Estado.

Sin embargo, en contraparte, en el momento más oportuno para la oposición venezolana para hacerle frente ante tanta corrupción, desastre y chulería, es cuando esta yace más dividida y destruida que nunca; con un ala electoral y otra, por llamarlo así, abstencionista. Ambos con razones políticas legítimas lo relevante es que dejan perder la oportunidad de liberar a todo un país del hambre y la pobreza que representa Nicolás Maduro y su modelo. La oposición venezolana ha puesto sus intereses partidistas por encima del país y dejó que reinara su incoherencia frente al discurso político.

La MUD intenta sobrevivir en medio de un mar de críticas y sigue atropellándose en los hechos: mientras unos llaman a juramentarse ante la constituyente de Maduro, otros llaman a rebelarse; mientras unos llaman a retomar La Salida, otros llaman a “preservar espacios”; mientras unos llaman a la desobediencia cívica, otros dicen “voto rebelde”.

En fin, así un mar de incoherencia que demuestra lo fragmentada de la coalición opositora y la carrera sin fin de sus integrantes por puestos de poder e intereses particulares.

Y en el medio de todo esto estamos nosotros, ciudadanos comunes que solo resisten ante la crisis y la falta de soluciones. La tragedia venezolana irónicamente se encuentra en el punto más inestable en el control político, económico y social de Maduro, que es cuando salió más fortalecido y debilitó aún más la oposición, desorientándola y haciendo trizas el trabajo de integración construido desde hace unos cuantos meses.

Usted, querido lector, sigue resistiendo en un país bárbaro, con cifras poco alentadoras en el área económica, con récord histórico en muertes violentas, con una escasez inimaginable y con más presos políticos a su paso. La tragedia venezolana es algo inexplicable y a estas alturas el sentir popular está representado en la frustración y rabia de que el país sigue empeorando y no se vislumbran salidas.

Yo solo quiero un país normal, pero hasta eso pareciera mucho pedir. Sin embargo, a pesar de la situación, sigo apostando por mi país, porque creo en él y porque así me lo demanda mi amada patria. Es hora de rehacer el país y reconstruir a Venezuela, y la mejor forma de hacerlo es desde nuestras trincheras y, como ciudadanos comunes, seguir ofreciéndole lo mejor que tenemos.

Rescatemos la educación y la moralidad. Seamos más ciudadanos y menos caníbales, pero por sobre todas las cosas sigamos trabajando por el país. Reconstruyamos a Venezuela desde nuestras trincheras.


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