El “bravo pueblo” tomará sus decisiones! Con esta esperanza, superando las equivocaciones de la estrategia adoptada por los partidos democráticos en la seudooposición a la revolución social-comunista-bolivariana, formulábamos la idea garante con la cual el Estado-Nación podría diseñar una estructura jurídica, social y económica para defender los intereses nacionales y transnacionales en detrimento de la pobreza.

En las últimas dos décadas hemos desperdiciado el equilibrio de una sociedad que se habría podido construir por los grandes ingresos recibidos: al contrario, el capital ha disfrutado de la riqueza que le pertenece por su naturaleza explotadora de las circunstancias financieras y de explotación económica presentada por la gestión gubernamental; y la pobreza ha disfrutado solo de la imagen de la riqueza que ha sido construida a la medida necesaria del engaño que se ha proporcionado a la población y que continua a proporcionarse como constante de una estructura económica y social pensada para defender intereses particulares y partidistas.

La crisis se presenta como un fenómeno acentuado de un desequilibrio que pasa del colonialismo de ayer y la independencia, al neocolonialismo cubano de hoy y que, con las variables del tiempo, ha deteriorado la “República Democrática y la sustanciación del Federalismo”, bajo el dominio de especies diferentes de caudillismo que caracterizan tanto las distorsiones originales del sistema democrático adaptado en la cuarta república, cuanto la dictadura social-comunista-bolivariana, dando continuidad en lo económico, lo social, lo político y lo ideológico a la usurpación y atropellos del poder, a la eliminación o neutralización del adversario, a la afirmación de grupos civiles y militares que utilizan el Estado como soporte del futuro de nuestra democracia y/o de la revolución.

Después de las viejas dictaduras (Gómez, Pérez Jiménez), frente al análisis crítico de la historia se han presentado movimientos de liberación nacional: luchar para obtener la democracia, la libertad, la hipótesis de emancipación de una dependencia económica en un contexto que asegurara un ejercicio del poder monolítico, también en la situación de alternativa democrática cual apareció el nombramiento de Hugo Chávez Frías. Nunca la gerencia de los partidos políticos y del Estado se ha preocupado por dotar a la población del conocimiento necesario para consolidar el sistema democrático a través de un crecimiento constante y progresivo de la relación intrínseca entre ciudadanos y Estado. Después de haber obtenido el éxito propuesto, en forma y con propósitos diferentes, se han empadronado del nuevo Estado para sujetar “el pueblo liberado” a sus ideas, a su sed de poder, tal vez a sus sueños megalómanos de política exterior, constantemente propenso al conseguimiento de negocios que aseguraran porcentajes y beneficios indebidos, tal vez corrupción, pero no la independencia tecnológica y financiera del país.

El Estado-Nación ha sido utilizado como despotismo mimetizado más o menos bien en una república democrática-liberal-capitalista o, al contrario, en una apariencia de socialismo leninista centralizado, indefinido en lo ideológico pero programáticamente dirigido al control de la población, para complacer intereses subalternos internos y de complicidad externa, para recibir el consenso y/o limitar la crítica de la opinión mundial y de este modo obtener las ventajas de relaciones internacionales fundamentadas en el negocio.

El Estado-Nación venezolano, con una soberanía limitada y una concreta disminución de su identidad, bajo la guía y supervisión de Cuba, ha sido utilizado como propulsor de una propaganda que haciendo referencia a las presuntas o reales “contradicciones del capitalismo”, para destruir la democracia política e implantar, en nombre del socialismo, un sistema híbrido, que no es ni demócrata ni socialista, sino una trinchera para defender intereses lejos del derecho nacional e internacional. Por consiguiente, se ha consolidado una burocracia civil y militar y su apego al sistema totalitario, sin ninguna intención de dejarlo.

En esta situación parece casi pleonástico preguntarse por qué la oposición y, en particular la MUD, a pesar del éxito obtenido en las elecciones del 6-D 2015 y en la consulta popular del 16-J 2017, no ha tenido la capacidad de formular una proposición política que le permitiese tomar legítimamente el poder.

Como ya indicado en la lógica primaria que ha caracterizado la “equivocación de una estrategia” adoptada, la oposición ha renunciado al intento de asumir realmente la responsabilidad de la gestión del Estado por la adopción de una seudoestrategia que condiciona la reconquista del poder a la renuncia que el detentor debería formular para crear un nuevo Estado soberano fundamentado en el derecho, por supuesto sostenido por la Fuerza Armada para la defensa de la democracia, de los derechos humanos, de la libertad individual y colectiva.

Este modo simplista, para no definirlo utópico, de la proposición política de la oposición no es realista y, por ende, es absolutamente insuficiente para proponer un cambio estructural del Estado-Nación, aun cuando el proponente no presenta características de democracia interna que califiquen su esencia ideológica y programática: pues no se refleja en la organización piramidal, o si se prefiere, en una repetición de los defectos del caudillismo de la cuarta república que directamente propiciaron la afirmación de la revolución social-comunista-bolivariana. Es nuestra convicción que para obtener un cambio aceptable para la mayoría de los venezolanos y para la comunidad internacional, la proposición estratégica debe precisar las modalidades con las cuales se puede pensar en la construcción del país y de la sociedad cual expresión de un sistema democrático eficiente, centro dinámico de un proceso de renovación y desarrollo civil, técnico, popular, capaz de transformar los desajustes del rentismo en capacidades productivas.

El análisis de las raíces de la democracia venezolana, del origen de los partidos políticos, de su referencia ideológica y programática, del desenvolvimiento de su organización interna y estructura, permitiría trabajar sobre nuevas conquistas teóricas y de poder: esto requiere un estudio e investigación amplia y sistémica.

Denunciar el “cogollismo”, la falta de renovación de la gerencia, la necesaria adecuación ideológica y programática a la evolución tecnológica y financiera que se prospectan en el presente y en el devenir histórico, es una obligación que deriva por la constatación que, entre otros importantes aspectos, son los defectos que sustancian el continuismo del inmovilismo político que produjo la afirmación de la “revolución chavista”, ahora reducida a una administración corriente del mantenimiento del poder mediante tácticas que se sustancian en el aprovechamiento de la agonía a la cual ha sido reducido el pueblo venezolano y el país.

Es imperativo concebir la afirmación de la democracia como un proceso de “contrarrevolución”, es decir de un cambio sistémico de la relación entre ciudadanos y Estado, que sin retórica insulsa de la opresión flagrante, significa sobre todo denunciar la improvisación política de las acciones básicas para que rebrote la aplastada libertad. Sin ilusiones mágicas económicas y sociales, pero mediante el crecimiento democrático real de la población, es necesario valorar el importante patrimonio ético y cultural que en estas últimas décadas ha sido desperdiciado por un proyecto revolucionario-social-comunista que ha traicionado sus propias expectativas.

Los partidos democráticos deben reconquistar a plenitud su función institucional.


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