Si un candidato afirma que no reconoce los resultados de los comicios en los que acaba de participar, y además sostiene que no los reconoce porque tiene evidencias de que fueron fraudulentos, entonces está obligado a asumir una actitud general de no reconocimiento de la situación política emanada de esos comicios. Si ello no es así, entonces la referida afirmación se disuelve en la nada y, con ella, lo que tenga de credibilidad la figura política de que se trate.

Tan grotesca realidad no solo ha acontecido con motivo del fraude colosal del 20 de mayo –colosal y perfectamente previsible–, sino que además algunos voceros del no reconocimiento inicial, digamos que el reclamo formulado de no reconocer los resultados en la noche del citado domingo, ahora reiteran que si no hubiera sido por la abstención, su candidato, Henri Falcón, habría ganado las “elecciones” (las comillas son mías). Eso es un despropósito parecido al señalamiento oficialista de que el gran derrotado el 20-M fue la abstención…

La abstención no es la causa sino la consecuencia del fraude. Y mientras la anticipación del fraude es mayor, la abstención tiende a ser mayor. Es más, lo que pasó el domingo 20 de mayo se parece mucho a lo que pasó el domingo 30 de julio de 2017, fecha de las supuestas “elecciones” para escoger a los diputados de la pretendida “asamblea nacional constituyente”. La abstención fue masiva, pero el CNE anunció que habían votado casi 10 millones de electores.

La MUD comunicó oficialmente que estimaba la participación en no más de 3.500.000 de electores, por lo cual la conclusión inescapable es que el CNE había fabricado más de 6 millones de votos. Entonces se afirmó con vehemencia –y con justicia–, que tal atropello no podía ser reconocido y, al cabo de pocos días, ya varios factores políticos del mismo ensamble opositor estaban manifestando su disposición a participar en unas “elecciones” regionales, convocadas por la hegemonía, cuyo nuevo poder supremo era la llamada “constituyente”. Por cierto que la recientemente efectuadas “elecciones” presidenciales fueron convocadas por esa “constituyente”.

Casos del no reconozco, pero… ¿Pero qué? Pues, que sí reconozco, primero en los hechos, aunque no en los discursos, y después en la práctica y en la teoría. ¿Y entonces dónde queda toda la retórica –repito, vehemente y justa– sobre el fraude, el atropello, la dictadura, y todo lo demás? Pues, queda disuelta en la nada, pero no solo queda disuelta la retórica, lo queda también, debe destacarse, la credibilidad que se tenga.

Varios de los que se caracterizan por lo anterior han comenzado a autodenominarse como la “nueva oposición”. Lo que recuerda una vieja conseja de ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario… La hegemonía roja ha confeccionado una “oposición” que se aviene de maravilla con sus intereses de continuismo. “Diálogo y voto” es lo que queremos, alegan; lo mismo que promete Maduro, sabiéndose, claro está, que ni habrá diálogo auténtico ni menos votos respetados. Y ahora menos que nunca.

La oportunidad que no deberíamos perder es la de combinar la presión internacional, que ya existe, con la presión nacional, que puede darse si cuenta con una conducción acertada y comprometida. Esa combinación sería muy importante para que Venezuela tenga la posibilidad de un cambio político de fondo, no de maquillaje. La hegemonía hará todo lo que pueda para impedirlo, y tal parece que su “oposición favorita”, también.

El “no reconozco, pero”… le hace mucho daño a la causa democrática de Venezuela, porque ayuda a confundir, a dividir, a fragmentar, a impedir una unidad decidida y enfrentada al poder establecido. Y por lo mismo, el “no reconozco, pero”… es muy beneficioso para la hegemonía despótica y depredadora que sigue imperando en Venezuela.

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