Quienes hemos hecho vida parlamentaria en el pasado período constitucional, vivimos una experiencia amarga como fue la de enfrentar a la mayoría chavista que hacía lo que le venía en gana con el Reglamento Interior y de Debates.  Asistíamos con disciplinada puntualidad a las sesiones pautadas a sabiendas de las duras dificultades para entrar y salir del Palacio Legislativo y del propio hemiciclo de trabajo. Enfrentamos situaciones duras dentro y fuera del hemiciclo. Dentro, luchamos a brazo partido con la violenta bancada de diputados oficialistas, la arbitraria dirección de debates y las galerías repletas de sus partidarios, por no citar las comisiones permanentes de adscripción. Fuera de este, nos enfrentamos con un sinnúmero de personas extrañas que a diario merodeaban la asamblea para atacar a la bancada opositora.

Fue un importante y decisivo aprendizaje, en muchos casos, para aquellos parlamentarios que nunca habían lidiado con la ultraizquierda de los fogosos tiempos del pregrado universitario. Con todas sus imperfecciones, la oposición supo ponerse de acuerdo con las estrategias de discusión. E, incluso, para defenderse de las repentinas golpizas, una de las cuales se hizo célebre en 2013 por su saldo de heridos y mal heridos. Todos fuimos necesarios y, a pesar de las diferencias y matices que son naturales, hubo una junta de conducción con la fiel y exacta representación de sus distintas corrientes.

Luce demasiado obvia la observación: ahora que la oposición es mayoría en la Asamblea Nacional, sin la presión y amenaza de un oficialismo feroz, no encuentra el camino de la unidad. Podrá decirse, con un argumento fácil y simplista, que se debe a la burda ambición de los partidos que alcanzaron las curules; o quizá podría utilizarse otra más elaborada, como el de la exitosa estrategia del régimen para torpedearla o confundirla, aprovechando –hay que decirlo– la inexperiencia política de muchos de sus integrantes. Sin importar los argumentos esgrimidos, lo cierto es que los actuales diputados no se ponen de acuerdo e, inevitablemente, pueden llegar a las manos para zanjar sus diferencias y matices.

Ha sido bochornoso el espectáculo que han ofrecido hasta hoy y es tiempo para una rectificación. La recomposición de las diferencias para arribar a las coincidencias indispensables pasa por la urgente sinceración de las posiciones personales y de los partidos. Por un lado, se observa que se toma el camino gradual, a pulso o reformista para enfrentar al gobierno, o la vía rápida o revolucionaria, arriesgando la única institución legítima del país; y, por el otro, se habla de partidos sólidos, compactos y eficaces, o de partidos fragmentados, de corrientes en pugna que tampoco han llegado, puertas adentro, al aprendizaje de la unidad interna y mal pueden reclamarla puertas afuera.

La Comisión Delegada de hoy, según la Constitución de 1999, está conformada por los presidentes de las comisiones permanentes y demás de la junta directiva. Es la norma vigente, pero ello no impide la decisión política de configurar una instancia real de coordinación con una delegada informal que, como sabiamente lo establecía la Constitución de 1961, esté compuesta por la representación de todas y cada una de las fracciones, grupos de opinión y corrientes políticas del Parlamento para concertar el trabajo legislativo. Aunque existan diferencias y matices de opinión y posición política, por demás naturales en toda obra humana, saber dirimirlas en forma ordenada, con reglas claras, aceptando el resultado de la votación es impostergable: ¿cuesta hacer tan elemental ejercicio? Y más cuando se está en el ojo de la opinión pública, cuando la gente reclama unidad y coherencia al actuar. Aceptemos que solo así conseguiremos nuevamente el respaldo y la credibilidad de la ciudadanía para poder enfrentar y salir del régimen. Nunca olvidemos que Venezuela libre resiste, persiste y existe.

@freddyamarcano


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