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A Miguelito Rodríguez

Según los datos más fehacientes aportados por las empresas encuestadoras que sobreviven en el país, la dictadura de Nicolás Maduro cuenta con 86% de rechazo. Una cifra relativa, dados los 4 millones de venezolanos que no pudieron ser encuestados: luchan por su sobrevivencia lejos de la patria.  Tampoco es de creer que el 14% restante lo apruebe en bloque, salvo que se trate de una cantidad redonda que suma a los efectivos de las fuerzas armadas encuestados a mano alzada por Vladimir Padrino, con los empleados públicos y enchufados “en donde haiga” interrogados por Diosdado Cabello, más las costras del ñangarato ucevista que sobrevive a la debacle del castrocomunismo en la región, atrincados por los hermanos Rodríguez y ese nimbo de “no sabe/no contesta” que nunca falta en las oscuras regiones del corazón de nuestras tinieblas. Mientras tanto, nuestros expertos en el exilio, como Ricardo Hausmann, contribuyen al milagro económico de países ayer en bancarrota, como Albania. ¿Tiene alguna explicación lógica?

¿A qué parte o sector de ese “no sabe/no contesta” o que ha comenzado a dudar antes de favorecer al dictador quisieran llegar los estrategas del llamado Frente Amplio para terminar de redondear el 100% que aspira a obtener para decidirse a enfrentarse, combatir y vencer a la tiranía gobernante? ¿O cree su dirigencia, con fe de carbonero, que 86% de rechazo es todavía poco e insuficiente como para enfrentar y desalojar de una buena vez al tirano y sus esbirros? 

Son preguntas de altísima relevancia que, ante la absoluta carencia de determinación, voluntad y decisión –las claves de la acción política en todo tiempo y lugar– tan ausentes en las filas de las dirigencias opositoras, ya debieran estar en discusión en las altas esferas frentistas. Una situación inédita en el mundo, pues ningún motín, revuelta, revolución o cambio de sistema, desde la francesa en adelante, ha requerido de absoluta unanimidad para tener lugar, triunfar y lograr su propósito. Para derrocar a los reyes bastaron algunos plebeyos; a los zares, algunos bolcheviques. Es más: desde Marx y Lenin en adelante, bastó con una vanguardia voluntariosa y decidida capaz de apoderarse de la iniciativa en las filas contestatarias, en cuyo seno eran absolutamente minoritarios –los llamados revolucionarios profesionales o bolcheviques–, que jamás superaron algunos pocos miles de combatientes, para poner en jaque al régimen, descabezar a su liderazgo, llevarse por los cachos a las mayorías alcahuetas y pusilánimes opositoras –los mencheviques– como para asaltar el poder sin dejar títere con cabeza. 

Son las dos características de la situación: jamás un tirano encontró tal rechazo y tal repulsión en el mundo. Y nunca antes un dictador venezolano fue tan rechazado por las inmensas mayorías del país. Ante un hecho tan evidente y escandaloso cabe preguntarse si el frentismo desea salir sincera, real y verdaderamente de la tiranía o quisiera acompañarla hasta que culmine su propósito, haciendo sus maletas mientras naufraga inconclusa. Para recoger los restos del naufragio cuando el tirano reúna las sobras de su más que hipotético 14%, obtenga los respectivos salvoconductos y encuentre un lugar de auxilio y recogida, en las lejanas estepas de Rusia y China, en los claros de las selvas africanas cercanas a Mugabe o en alguna de las islas deshabitadas del Pacífico oriental. 

¿Existe una respuesta suficiente al enigma de la insólita pasividad de quienes dirigen a las huestes democráticas pero continúan esperando al derrumbe “endógeno” de esta tiranía inconclusa y a la plena y total devastación de Venezuela, con las melodías del pasado horadándoles el fatigado cerebro? Provoca pensar que una tara perversa y aberrante se ha apoderado de nuestra melindrosa y mediocre clase política. Y que Venezuela decidió seguir la vía de las viejas culturas mesoamericanas, que desaparecieron de la faz del planeta sin que nadie dé con la resolución del enigma.


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