La semana pasada unos compatriotas hablaban muy angustiados sobre el nuevo poder adquisitivo del venezolano. Discurría ello en torno a una gran confusión sobre el valor de la cesta básica de alimentos. Encolerizado, uno de los contertulios gritó con desesperación: “Traigan mi calculadora, mujer, porque aquí el compadre se dio a la tarea poco gentil de confundirme con sus guarismos, y como él es y que ingeniero, la tiene fácil conmigo”.

El tema, al parecer sencillo, se repitió cada vez que se acercaba algún conocido sin distingo de edad ni género. Esto quedó muy claro: para los venezolanos cualquier cálculo de precios hoy, después de un mes de promulgada la soberanía de nuestra moneda, el ridículamente llamado bolívar soberano, requiere de una maquinita de “calcular“, pues son tantos los ceros quitados que las memorias normales para recalcular la nueva moneda no tienen espacio en las pantallas de las maquinitas.

Si la cesta tiene un valor de 15 bolívares soberanos, serían unos 1.500.000, que a su vez serían unos 1.500.000.000, es decir, un millardo quinientos mil bolívares simples, esos de la cuarta República, esos que eran tan soberanos que al viajar exclamábamos ante los precios: “Ta barato dame 2”. Humillante circunstancia que lleva a cualquier cálculo referencial a millones, billones o trillones de una cuasi moneda que deshonra el nombre de nuestro Libertador.

Si los dialogantes intentaban aclarar ideas para vender o comprar algún bien, iban a una moneda referencial, y es así cuando le ofrecen una bicicleta usada en 200 euros y el otro contesta que le parece cara, mientras un tercero opina que está regalada; ¿quién tendrá razón? Imposible saberlo sin lograr la equivalencia del euro y su cotización.

Al comenzar a agregar ceros la maquinita se congestionó, se indigestó o atragantó de tanta arepa vacía, y saturada su capacidad, protestó con una E que, suponemos, abreviaba error, pero también podría ser la E de escamoteado, por lo que ha sufrido su dueño, o más probablemente es la E de erial, por lo que está quedando en la patria de Simón Bolívar.

Son muchas las razones para que nuestra máquina de calcular natural, nuestra inteligencia, requiera ayuda para interpretar el espantoso fenómeno de la economía venezolana que, dirigida desde hace veinte años por una banda de sátrapas hábiles para la destrucción de una nación como no se había visto desde las hordas del gran Gengis Kan, ahora intentan balbucear nuevas reglas de teoría monetaria creando criptomonedas y bautizando con un rimbombante “soberano” esta pobre expresión de calderilla solo aceptada por nuestra empobrecida población.

Así se ha llegado al llegadero. Los venezolanos requieren de una nueva recalculadora, una que, además de aclararles cómo hacer para que su patrimonio no se convierta en sal con agua, también sea un elixir de esperanza para continuar en el bosque de las tinieblas económicas hasta que amanezca un día de sensatez y respeto.


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