No es común que un ciudadano le envíe recados al presidente de su país. Pero ante la magnitud del drama y el caos que vivimos los venezolanos, se me ha hecho más que un acto de audacia, y necesidad, una obligación moral dirigirme al jefe del Estado como habitante del único país que tengo.

Señor presidente, debo comenzar por decirle que quien le envía este recado no ha sido ni es golpista, escuálido, apátrida, ni de ultraderecha, y mucho menos fascista. Mi familia y yo somos demócratas hasta los tuétanos. Mi padre fue un periodista que defendió y exaltó con su cotidiano ejercicio reporteril los valores esenciales de la democracia. Y respetó como nadie la majestad de la Presidencia. Dejó un vasto testimonio escrito del quehacer político nacional. Los diarios El CarabobeñoEl Nacional y El Universal dan fe de ello en sus archivos.

De manera que quien se dirige a usted, presidente, es un demócrata sin tacha, y a carta cabal. Y no le acepto a usted ni a nadie que se me endilguen, así como así, calificativos ofensivos como los que suelen usted y sus acólitos achacarles a quienes no están o simpatizan con ustedes. O simplemente disienten.

El ex presidente golpista Chávez no fue santo de mi devoción, y usted menos. Pero más allá de esa circunstancia humana y política, está el país. Y a él quiero referirme.

Para no cargarle toda la responsabilidad a usted, presidente, lo que está pasando en el país le hubiese explotado a Hugo Chávez en su cara. Su derroche fue infinito, y el suyo también. Desde luego que él, con su infinita capacidad histriónica, se habría inventado muchas excusas y soluciones y, sin duda alguna, la primera, le habría echado la responsabilidad completica a la IV República. Sin pensarlo dos veces.

Pero el recado, presidente, es para usted, al que le compete, junto a sus ministros, resolver la dramática pobreza y todo el descarrilamiento social e institucional en el cual estamos metidos, llevados de la mano de los Castro, primero con Chávez y “el mar de la felicidad”, y ahora por su persona.

No siga con la necedad de la “guerra económica”. Nadie en su sano juicio le cree ese disparate. Señor presidente, si usted no cambia el modelo económico, olvídese de que el país va a mejorar. Esta historia ya la vivieron otros países, y tuvieron que volver su mirada al libre mercado y a las libertades económicas. Hágalo, sea valiente. No le mienta más al país.

Si como lo quiere y ama, según dice, una y otra vez, pues, sea sincero con la gente que ya está colapsada de peregrinar buscando y no conseguir medicinas, comida, atención médica y pare de contar. Si usted hace eso el pueblo se lo reconocerá sin dudas. Baje la inflación.

Presidente, en sus manos están las soluciones para esta inmensa calamidad pública inédita, que se las da la Constitución Nacional de 1999, no la ANC. Por cierto, es verdad que políticamente el ardid de la ANC le salió bien, a pesar de los pesares y las dudas de su legitimidad de origen. Y del rechazo de buena parte del país y del mundo. Tanta gente no puede estar equivocada.

No siga perdiendo el tiempo en esas interminables cadenas de radio y televisión. Utilícelo pidiéndoles cuentas a sus ministros. Recorra el país, y tome nota de todo lo malo que conseguirá. La infraestructura vial del país está inservible. Hay más huecos, troneras y zanjas que gente por metro cuadrado.

No siga con el ya fastidioso llamado al diálogo, porque usted sabe, in pectore, que quien menos lo desea es usted. Así invoque a Dios, al Papa y a toda la corte celestial. Además, usted no ha cumplido con lo convenido en el anterior diálogo. Libere a los presos políticos. Dele luz verde al canal humanitario. Y así se iniciaría el camino a su anhelado encuentro para una posible conversación diáfana. Presidente, en una democracia no hay presos políticos.

La lista de problemas es muy larga. Enumerársela aquí sería imposible, pero usted sabe cuáles son. Bueno, presumo yo que sabe. Presidente, revísese, haga un acto de contrición. Ya el país está harto de tanta verborrea, baile y paja. De templetes y saraos. De traer y llevar gente tarifada en autobuses. Métale el pecho al inmenso drama que vive el país a lo largo y ancho. Hable menos, ocúpese y resuelva. El drama a resolver es ahora y ya, sin dilación Va a esperar que la asamblea nacional constituyente le haga su trabajo. Tampoco así. Pobrecita Delcy Eloína.

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