Si algo ha quedado claro en las últimas semanas es el estruendoso ruido que se escucha desde los cuarteles, el cual, tengan la seguridad, no dejará de oírse por el encierro de más de cien militares. No han metido preso a desertores o a efectivos de baja jerarquía, sino a los siempre temidos “comacates” (comandantes, capitanes y tenientes), quienes tienen tropas bajo su mando y disponen de poder de fuego.

No es una especulación lo que escribo, las noticias admitidas por el propio régimen así lo dan a entender; incluso, José Vicente Rangel en el último programa dominical afirmó que “en estos días el gobierno nacional abortó un golpe de Estado en el que participaba un grupo de oficiales manipulado por civiles dirigentes de la oposición, y apoyado por organismos militares y de inteligencia de Estados Unidos”.

Entonces, al decir esto, reconoce que la situación dentro de las instalaciones militares no está nada a favor del régimen, pero, contrario a lo que muchos creen, no se trataría de un golpe de Estado.

Aquí es necesario aclarar que el término que deberíamos emplear es el de la rebelión.

Lo que ocurre, o lo que ocurriría dentro de las FAN, es el desobedecimiento activo a la autoridad y no un golpe de Estado, porque es imposible dar un golpe a un gobierno de facto. Me explico. Los golpes de Estado se definen como la ruptura del hilo constitucional al vulnerarse la legitimidad establecida en un Estado.

Como ya sabemos, este gobierno perdió su legitimidad hace rato, por lo que resultaría un poco menos que incorrecto decir que la intención de deponerlo debe considerarse como el producto de un golpe. ¿Es que acaso se nos ha olvidado lo que establece el artículo 333 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela? “Esta Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella. En tal eventualidad, todo ciudadano investido o ciudadana investida o no de autoridad, tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia” (sic).

¿Se abortó la rebelión?

Todo indica que no. Pues, si es cierto que se abortó “un golpe”, es lógico pensar entonces que el germen de la rebelión ya ha florecido en sectores castrenses y jamás podría acabarse con la detención de comandantes de batallones, por cuanto es de suponer que quienes estaban bajo sus órdenes en cualquier momento demostrarán cuán comprometidos estaban con esa presunta rebelión que denunció J. V. Rangel.

Les confieso que no creo que esos militares rebeldes estén siendo dirigidos o manipulados por grupos opositores, porque no hace falta que a un militar lo manipulen para darse cuenta de la terrible situación nacional. Esos militares “alzados” tienen familia que también sufre los desmanes que ha provocado esta plaga denominada “socialismo del siglo XXI”. Saben que hay hambre, miseria y corrupción. Probablemente, están cansados de que los sigan metiendo a todos en el mismo saco pestilente en el que se encuentran los altos jerarcas.

Es muy posible que esos militares rebeldes no estén dispuestos a seguir pasando la dentera por la fruta que sus jefes se han comido.

Con el visto bueno de la Casa Blanca

José Vicente Rangel puede tener razón cuando hace alusión al apoyo de organismos militares y de inteligencia de Estados Unidos. Ciertamente, eso tendría mucha lógica. Solo basta observar los movimientos tácticos del gobierno americano que en reiteradas ocasiones ha identificado al gobierno de Maduro como un peligro para sus intereses. De hecho, el miércoles 21 de marzo en la OEA intervendrá el vicepresidente de Estados Unidos y hablará nuevamente sobre esa preocupación. Esto, si bien es cierto no significa una complicidad de Estados Unidos con los sediciosos, necesariamente debemos percibir que, en caso de materializarse con éxito lo que J. V. Rangel denomina golpe, quizá esa eventual acción gozaría del visto bueno de la Casa Blanca. Eso sí: siempre y cuando su fin inmediato sea abrirle el paso a un gobierno de transición.

Los rebeldes no temerían por eventuales sanciones o persecuciones de la comunidad internacional, a la que antes pudieron temer. En efecto, las sanciones que hasta ahora se han concretado solamente afectan a los que ejercen funciones de gobierno que han sido expresamente señalados de tener vínculos con el terrorismo y con el narcotráfico.

El mensaje es claro: el que siga apoyando la dictadura “castro-madurista” correrá la misma suerte que los sancionados. Eso evidentemente le genera confianza al bando de los rebeldes.

Injerencia humanitaria

No se debe perder el tiempo en estudiar escenarios electorales o hablando de candidaturas presidenciales, porque las tiranías no salen por votos. Es menester enfocarse en abrir las puertas a la comunidad internacional para que se lleve a cabo la ayuda humanitaria.

No es momento de alimentar rencillas entre civiles y los militares dispuestos a rectificar, al contrario, es indispensable el entendimiento de ambos mundos. Así como necesitamos de la unión cívico-militar también requerimos de la ayuda de países aliados. Sin complejos debemos aceptar que solos no podemos salir de estas mafias que están dispuestas a todo para evitar que Venezuela se enrumbe hacia la democracia.

Muchos opinadores son escépticos con el asunto militar, pero desde esta trinchera yo sigo apostando por la reserva moral que debe existir en los cuarteles, también por el propósito de enmienda de aquellos que en algún momento juraron defender la soberanía nacional pero, sin haber cometido grandes tropelías, en el camino desvirtuaron sus funciones obedeciendo indebidamente ordenes manifiestamente contrarias a la Constitución.

Nunca es tarde para recapacitar. Los violadores de derechos humanos tendrán que rendir cuentas ante los tribunales, mientras que los arrepentidos por faltas menores deberán ser procesados en sede castrense conforme al reglamento de castigos disciplinarios.

Estamos en tiempos decisivos, no hay espacio para el guabineo. Venezuela reclama coraje y dignidad.


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