Una de las tantas enfermedades mentales descritas en la actualidad es el trastorno bipolar, al cual llaman algunos trastorno afectivo bipolar. Hasta hace poco se le llamaba psicosis maníaco-depresiva. Este estado lo describe la psiquiatría como una crisis del estado de ánimo caracterizado por la presencia de uno o más episodios con niveles anormalmente elevados de energía, cognición y del estado de ánimo; y a la vez se presentan de manera alterna episodios de depresión. Es característico en los pacientes aquejados por dicha patología que la euforia se manifieste con igual virulencia que la angustia.

En Venezuela, de un tiempo a esta parte, dicho padecimiento ha ido mutando de manera incontrolada, al punto de que los polos entre los cuales se debaten quienes lo sufren se han multiplicado pródigamente. Uno de los pacientes más conspicuos es el psiquiatra Jorge Jesús Rodríguez Gómez. Este barquisimetano, para vergüenza de los hijos de la muy digna tierra larense, no se ha caracterizado por tratar siquiera de simular sus desequilibrios. Lo hemos visto reírse a mandíbula batiente ante las cámaras en más de una oportunidad, o con aires compungidos hacer gala de una versatilidad que ya hubiera querido para ella en sus buenos tiempos Libertad Lamarque.

Los bandazos de este enajenado, y de lo cual me ocupé ya en anterior oportunidad, son de antología. El más reciente anda todavía en el aire. Hace pocos días lo vimos en una de sus habituales digresiones referirse a México, su gente y su presidente de manera descortés y poco edificante. Pero, es que nunca falta una bendita objeción, la diáspora obligada en que nos hemos sumergido los venezolanos hizo que uno de nuestros paisanos lo encontrara en un rincón de la capital azteca.

Con su habitual porte de malandrín apoyado, y con unos lentes a lo Sara Montiel, casi que iba cantando La Violetera por las aceras de La Condesa, hasta que le preguntaron si estaba por allí gastando los dólares manchados de sangre, mientras lo tildaban de narcotraficante. Como todo personaje que juega a hacerse la víctima, y para que el cuadro fuera aún más conmovedor, su mamá, que también anda disfrutando de los viajes, trató de evitar que grabaran a su hijito. Y en el video vemos cómo las distintas caras del desequilibrio del señor de marras se manifiestan cuando con gesto feroz se echa encima de quien lo graba para tratar de arrancarle el teléfono.

Lo más terrible de todo este cuadro es que estas variaciones de ánimos se presentan a menudo entre rojos y azules. Es por ello que vemos a un muy encopetado grupete de “dirigentes opositores” babeados, cual perros pavlovianos, ante el señuelo de unos cargos que serían alcanzados por caminos electorales, cuando no defendiendo al honorable Jorgito del acoso en suelo mexicano. ¡Habrase visto!

© Alfredo Cedeño

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