Con sabiduría crítica el historiador Pino Iturrieta pregunta: “¿Por qué no intentar, pese a los riesgos que implica, una comparación entre los empeños civilizadores de la época federal y los que llevamos a cabo en nuestros días contra la barbarie?”. Por cierto, el libre conocimiento que deriva de la autonomía del pensamiento liberal y del socialista contribuye para dar al espíritu del hombre la consciencia de su ser y la dimensión ética para enfrentar la adversidad, siempre y cuando el respeto de la diversidad tenga “la protección de las libertades públicas, el derecho de reunión, la inviolabilidad del hogar doméstico”, que está garantizada por el Estado de Derecho definido en el pacto constitucional, máxime cuando precisa los parámetros para el ejercicio del poder.

Pero cuando se pone la alternativa entre libertad y dictadura, la evolución democrática deriva de la condición reaccionaria interna con un dominio opresivo y represivo, y de la expansión revolucionaria externa con una propaganda liberatoria. De esta manera se impide la misma formulación de la hipótesis y se legitima la inevitabilidad de la sumisión, hasta aceptar la servidumbre voluntaria en espera de recibir un beneficio. La dimensión ética y los valores de autonomía, identidad y soberanía se quedan en el limbo de las ilusiones.

El socialismo puede poner sus raíces solo en el capitalismo: de ese modo toma formas de gobernanza, superando no destruyendo las civilizaciones constituidas precedentemente y conservando la capacidad productiva y las libertades políticas individuales y culturales.

Hasta ahora las revoluciones llevadas adelante bajo la denominación socialista han sido mortales y han desembocado en el totalitarismo represivo para mantenerse en el poder. La “revolución bolivariana” ha adoptado plenamente el modelo estalinista o castro-cubano, ya que los únicos regímenes que presentan una afinidad con el ideal socialista, así como formulado en los albores del siglo XIX, han sido los socialdemócratas constituidos a partir del capitalismo liberal más desarrollado.

La política no es el campo de la imaginación teórica, reservada a la literatura, la teología, la investigación, la matemática, sino de la originalidad de la praxis; es decir, de la correcta percepción de lo concreto.  Se debe terminar de ver lo que no existe y aprender a ver y aceptar la realidad para actuar en consecuencia. Lo que Gramsci llamaba “el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”. Entonces se queda imprescindible el “reformismo” cual instrumento que permite transformar la sociedad por, ejemplo, de rentista en productiva y pregonar un progreso, no “misiones” realizadas como soporte para doblegar la voluntad de los ciudadanos al estatus de necesidad.

La distorsión de la realidad parece revivir la tragedia de la estrategia leninista de la Tesis de abril de 1917 que postulaba los factores objetivos y subjetivos para conseguir una objetividad existencial. Al contrario, el comportamiento de la “revolución bolivariana” no es un ejemplo de coherencia, más bien de traición del mismo materialismo dialéctico formulado por el propio Lenin en los Cuadernos filosóficos de 1914-1916 como praxis del proceso del conocimiento. Cuando no son padrones del Estado, todos los comunistas están de acuerdo en decir que el socialismo debe nacer en el y con el “pluralismo” a través de la vía democrática: este aspecto fue el centro de la polémica entre socialistas y estalinistas en Portugal. En aquel entonces, entre otros aspectos, quedó definido, así como lo demostró la experiencia histórica, que las nuevas constituciones se aprueban con la mayoría de las dos terceras partes de los votos. Es el caso de evidenciar que en las relaciones internacionales, el espíritu de Helsinki sería la fuente de la inspiración del “nuevo comunismo”.

¿Al llegar la asamblea nacional constituyente a la promulgación de una “nueva constitución” se uniformaría a esta visión de la izquierda internacional o con la acostumbrada prevaricación de las estructuras y normas electorales, según lo pautado solo para la conservación del poder, producirá otra ficción para determinar el futuro de Venezuela? Después de la reciente folklórica elección, juramentación y destitución de los gobernadores, regresa la reanudación del “diálogo” para la “repartición” de alcaldías, cual última demostración por la que la hipótesis de convivencia entre la mayoría real de la población y la minoría se podría realizar solo si se deja que esta última ejercite el poder. Lo que puede permitir salir de esta condición de sumisión política requiere una clase especifica de proposiciones empíricas cuya certeza no puede ser cuestionada ni por la lógica primaria ni por la opinión pública nacional e internacional.

Pues, aceptar la destrucción de los principios fundamentales de la democracia es una responsabilidad subalterna de la gerencia de algunos partidos políticos y de la dimensión de ambiciones personales en contraposición a las expectativas decepcionadas del pueblo venezolano, su ansia de libertad, su memoria cultural e histórica.


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