Después de los acontecimientos del 30 de abril es imposible para el régimen ocultar que cada día su debilidad es mayor, que el repudio nacional hacia sus actores principales desborda todos los límites, que a pesar de haber desatado una represión con carácter de exterminio ya no gobierna, que la evidente división en los cuadros militares nos habla de una inevitable caída, que a pesar de negarlo el quiebre de las FA también exhibe miembros en todos los estratos de la institución, incluida la más alta oficialidad; que hubo gente del más alto nivel dentro del funcionariado negociando la salida de Maduro y que a pesar de haber “fracasado” la operación, Venezuela y el mundo democrático celebran la liberación de Leopoldo López, que Juan Guaidó sigue contando con el respaldo del pueblo y de todos los países que lo apoyan, mientras Maduro y toda la cúpula del poder, según todas las evidencias, duermen, como lo dijo Bolton, “rodeado de alacranes”, lo que les preanuncia a todos ellos un final a todas luces muy dramático.

Como es lógico suponer, hechos de tal magnitud y gravedad no solo afectaron a Maduro y su entorno, a Padrino y su entorno, a Cabello y su entorno, a Maikel Moreno y su tribu, cada uno de los mencionados son los que se disputan el poder dentro del poder.  También alguna mella  hicieron en Juan Guaidó, en Leopoldo López y en la oposición toda.

Cuando hablo de la oposición toda me estoy refiriendo tanto a las organizaciones que militan en el Frente Amplio, como las que tienen vida satelital y solitaria, porque acontecimientos como estos normalmente son pastos de arrebatos divisionistas.

A Leopoldo López, porque además de ser la prueba más palpable del quiebre en la cúpula militar que hasta ahora viene apoyando a Maduro, su liberación representa, junto al masivo y entusiasta respaldo que tuvo la Operación Libertad, la parte más victoriosa de este 30 de abril,  solo que su decisión de convertirse en huésped de la Embajada de España le impedirá tener más presencia en el proceso en desarrollo, tal como lo ha anunciado el inefable ministro Borrell, quien dicho sea de paso se ha unido a Zapatero, su compañero de partido y al parecer  ministro influyente en las decisiones de Pedro Sánchez, en su cruzada por un “diálogo” que nadie quiere.   

En cuanto a  Guaidó,  el escenario resultante lo obliga  a revisar las estrategias, evaluar la logística disponible para las próximas acciones, en especial las relativas a los paros escalonados como prefacio a una huelga general, y evitar que esas tengan resultados distintos a los que él previamente anuncie, porque, no me cansaré de repetirlo, su ruta tiene enemigos en la propia oposición, dispuestos a contabilizarlos como un nuevo fracaso, y esgrimirlos como argumento para montar tienda aparte, como de alguna manera han sugerido algunos de sus estrategas y provocar con ello una condenable división opositora que en los actuales momentos no vacilo en  catalogar como un crimen de lesa patria.

He reconocido y aplaudido la aparición de Guaidó, he ponderado muchos de sus grandes logros a lo largo de estos meses de su abrumador liderazgo, sigo ponderando su presencia y su discurso en el rescate de la fe en la lucha que a finales de 2018 aparecía como dormida y derrotada en el ánimo de una población vilmente engañada por el castrocomunismo. Sigo ponderando en alto grado sus logros, tanto en el inmenso apoyo del pueblo, como en el grande y calificado apoyo internacional obtenido. He ponderado su discurso  y al inmenso coraje exhibido en todas sus acciones, con el que se ha ganado la admiración de la gente. He condenado y combatido a diario a todos aquellos que con argumentos maniqueos, o siguiendo directrices de grupos que ven en el posible triunfo de la ruta su ya precaria supervivencia, y creo firmemente que debe seguir liderando este proceso  hasta el final.

Y es precisamente por eso que no he vacilado en señalar errores tales como el de utilizar el “sí o sí” en su intento de ingresar la ayuda humanitaria por ser una misión solo posible con un acto de fuerza, dadas los inhumanos obstáculos puestos por el régimen; haber satanizado la palabra “negociación” (muy distinta al “diálogo” del cual hablan Zapatero, los cubanos y los usurpadores), hecho que, bajo ningún concepto, puede esgrimir un político y mucho más, si es un demócrata, como a todas luces ha demostrado serlo Juan Guaidó.

También tengo observaciones sobre el tema electoral porque creo que debe ser visto como algo más  que un elemento accesorio supeditado a un cese de la usurpación, sobre todo si tomamos en cuenta que la comunidad internacional que nos brinda su apoyo recomendará como fórmula para superar la trágica crisis unas elecciones libres, caso en el que tocará a la oposición democrática fijar las condiciones en las que se podrá realizar ese proceso. A este tema  dedicaré varios artículos.

No creo que el cese de la usurpación, por los vientos represivos que soplan, solo se dará por la vía de la fuerza, porque para nadie es un secreto que el precio que Maduro ha tenido que pagar para permanecer en el poder a pesar de sus enormes desaciertos  es haberle entregado todo, absolutamente todo el manejo de los recursos nacionales, a la hegemonía militar que lo acompaña y lo mantiene, y que es en verdad la que detenta el poder y percibe los cuantiosos beneficios que les brinda el control absoluto del Arco Minero, el manejo del petróleo, el control de los alimentos, de las medicinas, de las fronteras, de la compra de armamentos, todo ello sumado a un paisaje nacional despejado para el funesto y diabólico negocio del narcotráfico, que ni siquiera podrían ser igualados por algún diablo salido del ultramundo de la corrupción.

La realidad que nos ocupa no miente, está allí  en carne y hueso y exige en esta hora una conciencia unitaria como nunca antes, porque un país no se puede construir con el odio que irradian quienes desde hace ya veinte años insertaron deliberadamente el resentimiento social como arma perpetua en la estructura de poder y la escribieron con puño y letra en todas las medidas que tomaron en lo económico, en lo político, en lo social y en lo moral.

No se puede construir un país con el odio visceral de psicópatas y verdugos mal intencionados, como los que actualmente ejercen un poder arbitrario, violador de las leyes y de la Constitución, apoyados por los cabecillas de los colectivos, decretando además, el exterminio de toda la disidencia, tampoco con la pusilanimidad de funcionarios que ejecutan órdenes y decisiones contra su voluntad y, mucho menos, con la insaciable  voracidad de la corrupción que rodea a la hegemonía y a sus socios, a los cuales se han unido fuerzas indeseables como el ELN, grupos terroristas como Hezbolá, los contingentes radicales de las FARC y ese monstruo que vive en las entrañas del narcotráfico.

Es cierto, totalmente cierto, que el país que teníamos a finales del siglo XX era deficitario en los términos de una democracia justa y eficiente, que la mayor parte del liderazgo de aquel tiempo había abandonado su papel de constructor y vigilante del ascenso social, que por mantener el fatídico juego pendular de la alternancia bipartidista olvidaron que entre los deberes primordiales de la democracia está velar por el bienestar de la gente, y por ello el pueblo los castigó y condenó a sufrir su desprecio, pero en esta grande y horrenda farsa que nos ocupa desde hace ya dos décadas, el daño es infinitamente mayor porque el mal ha sido hecho con premeditación y alevosía para reducir al pueblo a una sumisión total, y eso merece un castigo mucho mayor que el desprecio y el olvido.


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