Una pesadilla como homenaje

Tuve una pesadilla, fue tan real que todavía siento pánico, pocas veces en mi vida experimenté un sueño tan demoníaco y aterrador.

Pensé que no era prudente escribirlo, más de uno se sentirá ofendido, pero mi reciente visita a Praga y Florencia, donde presenté el documental Chavismo: la peste del siglo XXI, en el marco de la gira de la conciencia, me convenció de que había que publicarlo. Lo haré.

Rindo homenaje a dos maestros: Kafka y Dante.

Justificación de un blasfemo

Si Gregorio Samsa, personaje principal de la Metamorfosis de Franz Kafka, despertó un día convertido en insecto y Dante Alighieri descendió al Infierno con el poeta Virgilio, cómo coño un blasfemo como yo no habría de padecer su propia infernal metamorfosis. Imposible que no sucediera, más bien es curioso, me sorprende, que no haya ocurrido antes.

En la Venezuela actual, no soy responsable de mis pesadillas.

Chávez resucita

El cine está repleto, no queda ni una butaca vacía. Como hago siempre al finalizar cada presentación de Chavismo: la peste del siglo XXI, me dirijo al frente de la enorme pantalla para iniciar el coloquio sobre el documental. Mientras bajo, escucho de fondo la bellísima canción “Nuestra libertad” de Eva Rivera: “El pensamiento de un hombre de bien no podrán nunca encarcelar”. Bajo las escaleras con cuidado, no quiero caerme, no han encendido las luces de la sala, no entiendo el porqué. Volteo a los lados buscando que algún operador me explique tanta oscuridad y noto la mirada fija y fulminante de un espectador.

Es Hugo Chávez.

¿Dantesco o Kafkiano?

Estoy paralizado de la impresión, no doy fe de aquello, incrédulo pienso que se trata de un sueño, pero inmediatamente me doy cuenta que no es así, que Chávez está frente a mí y acaba de ver el documental. Está iracundo; yo más. Encuentro una oportunidad única para lanzarme sobre él y golpearlo, pero un destello de claridad hace que me percate de que su cuerpo está podrido, lleno de llagas, ronchas, úlceras, chorrea una sustancia viscosa por la nariz, los ojos y las orejas. No es sangre, es pus. Me da asco, un profundo asco, y no me la acerco. Apesta.

Entiendo en carne propia las palabras “dantesco” y “kafkiano”. Lo es.

¿Estoy en el infierno?

El apestado contra el fascista

La pestilencia de Chávez me estremece, pienso que su fetidez me puede desmayar, infectar, fulminar por su intensidad, no tiene sentido tan mal olor, además su cuerpo llagoso, repleto de purulentas úlceras me hace pensar en la lepra, en una lepra no física sino ideológica. Chávez es la peste, elucubro, si me le acerco me intoxica. Vuelvo a dudar y mantengo la distancia, sin embargo, Chávez me insulta, me dice “pitiyanqui”, “traidor”, “desgraciado”, “fascista”, y entro en cólera, pese a que soy un activista de la no violencia (en las pesadillas parece que no lo soy), decido darle su merecida golpiza por haber arruinado el país.

“¡Ya basta!”, me digo, es hora de zamparle su coñaza.

Sentirse chavista

Tomo una bocanada profunda de aire para no desmayarme ante la fetidez, corro hacia su butaca, me abalanzo sobre él y cuando voy partirle la jeta de un trancazo, putrefacta, su carroña corporal se deshace ante mí. Quedo paralizado, no entiendo nada y pienso con horror: “¡Coño, lo maté! Soy un magnicida. ¿Y ahora qué hago?”.

No miento, fue un momento de muchísima incertidumbre, me sentí chavista, es decir, un asesino, sentí asco, mucho asco, pensé que la peste había infectado mi alma y que ahora sí merecía ser encarcelado y torturado en La Tumba.

Sentirse chavista fue desolador.

Ratas de cementerio

Cabizbajo, comencé mi ruta no hacia la pantalla grande del teatro para iniciar el coloquio, sino hacia la salida, me pondría a la disposición del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin). Era hora de entregarme a las pezuñas de González López, el general “limpiapocetas” del chavismo, como lo llaman los militares (era su labor en la Academia). Me poseía un irremediable complejo de culpa, estaba derrotado. Mientras me extraviaba en tales cavilaciones, sentí roedores a mis pies, muchas ratitas rojas escabulléndose mientras daba cada paso. ¿Qué son estas cositas?

“Son ratas de cementerio –me dijo que el operador del cine– se comen la carroña de Chávez, su último despojo corporal”. Era un enjambre hambriento, su fisonomía metamorfoseaba en Diosdi, Nicolás, Cilia, Jorge, Delcy, Tareck, en todos. Me sentí en el mismísimo infierno.

Desperté aterido de pánico. Era una pesadilla.

¿Estoy despierto?


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